Una de las etapas de mayor poder político de Rivas fue entre 1985 y 1991. En el ’85 fue candidato a diputado nacional por la Unión del Centro Democrático (UCedé), en cuarto término, de la mano del furor que habían generado las ideas de Alvaro Alsogaray y su hija María Julia. Pero dos años después se transformó en candidato a gobernador de Entre Ríos, por el mismo partido. Fue propuesto por el dirigente Eduardo Caminal, de Concordia y recorrió la provincia de punta a punta. La UCedé logró un diputado provincial, con el abogado victoriense, Idelfonso Esnal. Por primera vez que una tercera fuerza logró un lugar en la Legislatura entrerriana, a partir del ’83 y Rivas estaba eufórico por la adhesión que lograron, con su figura a la cabeza. Era también, en ese momento, el presidente del Colegio de Abogados de la ciudad. Solamente en Gualeguaychú conocían sus andanzas de corrupción de menores; nadie lo sabía en el resto de la provincia. Tampoco tenían conocimiento de su perversidad los propios dirigentes de la Ucedé, según reconocieron a ANÁLISIS al ser consultados.
Fue el único lapso que, algunos fines de semana, faltó a la cita que generaba con los menores en Gualeguaychú. De la caza de pibes también participaban algunos jóvenes preferidos de Rivas (a veces hermanos mayores de pibes que iban a la casa del doctor), quienes trataban de convencer a adolescentes humildes. Estos tenían claras necesidades de dinero o bien se apuntaba a aquellos que estaban con problemas emocionales, por la separación de sus padres u otros inconvenientes propios de la adolescencia. Fue en esos tiempos en que tuvo un episodio en el Instituto Pío XII de su ciudad y no pocos lo recuerdan. Se presentó ante esa institución con la intención de dar charlas sobre diversos temas, preferentemente históricos. Alcanzó a dar una conferencia. Al parecer, el obispo de entonces, monseñor Luis Eichhorn, habría advertido que su objetivo real era captar jóvenes del lugar. Hay quienes recuerdan que el alto prelado lo convocó a oficina, lo puso en conocimiento de lo que sabía de sus aventuras con menores y le dijo que no lo quería ver nunca más en el Pío XII. Rivas se fue cabizbajo y sin decir una palabra.
En 1990 armó la denominada Unión Vecinal y logró que le hicieran un lugar para participar como fuerza en Gualeguaychú. Fue como candidato a intendente y a su vez primer concejal. Estuvo a 1600 votos de lograr la presidencia comunal de su ciudad, en las elecciones de 1991. Fue derrotado por el abogado Luis Leissa, quien llegó con el peronismo a la intendencia. Rivas logró ser concejal de su ciudad.
Si bien el letrado abusador había iniciado con suma intensidad su campaña proselitista, en el último tramo de ella, de alguna manera, bajó el ritmo. Sucede que allegados a los partidos mayoritarios le advirtieron que lo iban a denunciar por corrupción de menores -ya que el tema no se desconocía en diferentes ámbitos de la ciudad- y por ende sintió el golpe. Pero nadie se animó a denunciarlo y por ende logró la banca en el Concejo Deliberante.
En esa administración de Leissa se creó el programa barrial Gualeguaychú joven, cuyo objetivo era sacar a los chicos de la droga o el alcohol y se les daba diferentes cursos para que tengan elementos laborales. Eran 120 cursos y cada uno de ellos tenía entre 20 y 30 adolescentes. Rivas criticó con dureza el plan, a través de diferentes medios. “Está enojado porque el programa le sacó a varios de los pibes que les pagaba para que tuvieran sexo con él. Esa es la principal molestia”, se indicó por esos días.
Rivas nunca dejó de cometer abusos, pese a su condición de edil y a que estaba más expuesto públicamente. En el ambiente estudiantil, en los inicios de la década de los ‘90, en el nivel secundario de la Escuela Normal “Olegario Víctor Andrade” y en especial en el Colegio “Luis Clavarino”, Rivas siempre estaba dispuesto a patrocinar legalmente y de forma gratuita a los estudiantes que en 4o año comenzaban a cerrar los contratos con las empresas de turismo para el viaje de egresados de 5o año a Bariloche. En gratitud por su asesoramiento, a veces los estudiantes le daban el pasaje liberado, que es el que ofrecían las empresas a cada división, con el fin de que invitaran sin cargo a un padre, o docente para que los acompañara en el viaje. Rivas compartía la habitación con estudiantes en el hotel, era siempre gracioso, hacía bromas todo el tiempo y hasta participaba del certamen del Mariposón, vistiéndose de mujer junto a otros alumnos que se hacía en alguna disco de Bariloche en aquel entonces. Con los estudiantes era un chico más. Pese a ya ser un hombre de casi 45 años para entonces, manejaba con maestría la terminología adolescente de entonces. El estar cerca de jóvenes de entre 16 a 17 años, le daba a Rivas un campo ideal para estudiar el perfil psicológico de estos menores, tentarlos, ver la reacción de sus padres, si estos estaban presentes en el cuidado y seguimiento del chico, hallar debilidades que luego podría explotar para llevarlo a su casa e intimar con su víctima.
A principios de los ‘90, Gustavo Rivas era el abogado del Banco Francés, sucursal Gualeguaychú y curiosamente siempre se las arreglaba para salir a las 12:05 de la entidad crediticia. Casualmente era la hora en que salían del colegio Luis Clavarino los chicos del turno mañana. La mayoría caminaban en dirección este oeste por calle 25 de Mayo, y Rivas solía transitar con su flamante Peugeot a una marcha reducida buscando a jóvenes conocidos. Al encontrarlo paraba el auto y los invitaba a subir para llevarlo luego a sus casas. A veces los jóvenes que ya percibían algo de su condición sexual, se peleaban para sentarse en el asiento de atrás y no ir adelante con él. El abogado era muy atento con sus amiguitos, siempre tenía los temas de moda en algún casette, para ponerlo en el equipo de audio de su auto, mientras le preguntaba por cómo les había ido en la escuela y a la vez los repartía uno a uno a sus domicilios.
También era un hombre siempre dispuesto a ayudar a los estudiantes de entre 16 a 17 años, a completar las fichas de la materia Instrucción Cívica (actualmente se denomina Formación Ciudadana), con preguntas sobre derechos y deberes del ciudadano o los fragmentos de la Constitución Nacional. Para los jóvenes era una gran ayuda, porque el hombre directamente les dictaba las respuestas, evitando así largas horas de estar en una biblioteca pública consiguiendo libros para responder esas preguntas.
También era sabido que en esos tiempos, Gustavo Rivas adquirió una casa en Pueblo Belgrano, localidad pegada a Gualeguaychú, cuando aún era junta de gobierno. Las calles eran oscuras, pero de todos modos se decía que tomaba recaudos e ingresaba a los jóvenes a esa finca en el baúl del auto, para evitar ser visto llegar con un chico por algún vecino curioso. Esa propiedad, con una superficie de casi una hectárea y ubicada en calle 30 de marzo 79, aún la tiene y es su casa de fin de semana y de prolongados asados con amigos.
Se preocupó algo entre 1995 y 1996, cuando después de algunos encuentros sexuales nocturnos con jóvenes del colegio Nuestra Señora de Guadalupe, determinados padres se enteraron. Se reunieron varias veces para analizar la situación e incluso llegaron hasta un hombre de la justicia, al que le plantearon la situación.
–¿Sus hijos están dispuestos a enfrentarse cara a cara con Rivas para decirle todo lo que ustedes me están planteando? -les preguntó el magistrado, con familia en Gualeguay, pero también con fuerte inserción social en Gualeguaychú. Ese hombre de la justicia ahora está jubilado.
Los padres le hicieron la consulta a sus hijos y ninguno de ellos se animó a concretar ese movimiento en la justicia. “Tiene demasiado poder en la ciudad y en el Poder Judicial. Van a destrozar a las víctimas y Rivas saldrá airoso”, les dijo también un abogado penalista al que consultaron. A esos padres, llenos de impotencia e incomprendidos por el sistema judicial, político y social, únicamente les quedó el escrache público. Más de una vez se tuvo que ir de un supermercado, algún otro negocio o determinada marcha contra el avance de la papelera Botnia, porque se encontró cara a cara con alguno de esos padres y estos no dudaron en acusarlo de abusador o pedófilo. Rivas de inmediato buscaba la forma de huir de ese lugar, como si no hubiera pasado nada o que los gritos de advertencia no eran para él, sino para algún otro transeúnte.
En algunos episodios registrados por ANÁLISIS en 1997, Rivas incorporó otra modalidad, además de lo ya relatado: esas noches de viernes o sábado invitaba a su vivienda a sus víctimas para pasarles un video pornográfico, donde el principal protagonista era él. En la imagen aparecía desnudo practicando sexo oral a menores o bien era penetrado por algún adolescente circunstancial. Siempre se entendió que fue otra persona mayor -aliada con Rivas para cometer estos abusos- la que filmaba lo que sucedía y lo transformaba en película porno. En especial, por el cuidado que había de la imagen. Pero también, para celebrar esos encuentros, se vestía de mujer, con una mínima bombachita y corpiño, bailaba arriba de la mesa y finalizaba esa especie de actuación perversa, colocándose una linterna encendida en el ano, mientras hacía pagar las luces del lugar.
A Rivas nada lo detuvo. Nunca se detuvo. Aunque con menor intensidad que antes, por la edad, siguió con su periplo perverso y sádico, cada viernes y cada sábado, mientras en la vida social de la ciudad continuó siendo el hombre “brillante”; el “ejemplo para todos”; el “historiador destacado” que nunca hubo en Gualeguaychú; el consultado “por todo el mundo”. Y cada vez eran más los que sabían que Rivas hacía puertas adentro, tanto en su casa de Mitre 7, como así también en la vivienda de fin de semana de Pueblo Belgrano. Pero se lo tomó como una broma; como una anécdota de pueblo, sin importar las víctimas. Sin importar el daño causado. Hay gente que nunca más quiso volver a Gualeguaychú para no encontrarse con ese pasado de las noches con Rivas, del que están arrepentidos. Otros jamás pudieron llevar una vida normal con su pareja o matrimonio, porque aparecía el fantasma del abogado.
Esta revista pudo lograr registros de corrupción de menores y abusos sexuales hasta 2007 (ver recuadro) y hasta algunos mensajes de celulares a menores de 16 años, invitándolos a su casa, por lo menos hasta el 2016. Esa impunidad de movimientos la mostró todo el tiempo, como aún sucede. Rivas sigue en contacto con estudiantes del concurso de carrozas, filmando cada fin de semana los partidos de básquetbol de los pibes de 15 y 16 años o dando charlas educativas en diferentes escuelas, donde todos los reciben con algarabía y una bendición del cielo.
No tuvo problemas en convocar a cientos de personas a su cumpleaños número 70, realizado en el amplio salón del Club Libanés en el 2015. Allí hizo cantar primero el Himno nacional y luego participó de divertidos sketchs donde no ocultaba su condición sexual. Se ocupó de hacer cada uno de los textos de los guiones de las sátiras y hubo que ensayar en su casa. La gente -entre ellos, conocidos abogados, dirigentes y empresarios de la ciudad- estaba sentada, como en un teatro, observando los actos de reconocimiento a Rivas, mientras saboreaban empanadas y vino. Era la estrella de la noche. Nadie se acordó de su pasado, pese a que ninguno de los allí presentes desconocía lo que Rivas hizo en los últimos 40 o 50 años. El “ciudadano ilustre” tuvo su aplauso y todos los abrazos de los presentes. Lo sucedido con miles de adolescentes -a los cuales, en buena parte, inició sexualmente y les mostró que el sexo era eso que les hacía concretar- era mejor olvidarlo o dejarlo debajo de la alfombra. Quizás ahora se tome algo de conciencia sobre a cuanta gente le jodió la vida. Y tal vez es hora que el brazo de la justicia lo alcance de una buena vez. Como para quebrar con esa histórica impunidad que hubo a su alrededor y que siempre miró para otro lado.
Recuadros y testimonios
El doctorcito
Los jóvenes humildes y con carencias fueron uno de los objetivos permanentes de Gustavo Rivas a lo largo de los años. A esos pibes que seleccionaba y se los llevaba a su casa, generalmente los invitaba a cenar, le ponía películas pornográficas para excitarlos, y luego él aparecía con ropa interior femenina y hasta llegaba a pagar los servicios sexuales de esos jóvenes. Estos veían en ese accionar una forma de ganarse dinero fácil para comprarse las zapatillas o la indumentaria de moda.
Esta modalidad fue descripta por el escritor y dramaturgo local Abelardo Otero Wilson quien le dedicó un cuento llamado El doctorcito, que llegó a leerlo en su programa que tenía los sábados a la mañana por la radio de AM LT 41, sin mencionar su nombre.
En El doctorcito, Abelardo narraba una experiencia que él pudo ver en su barrio, en Pueblo Nuevo donde vivía una familia muy pobre. “La familia era tan humilde y con tantos hijos que las mujeres se prostituían y los jóvenes se ganaban la vida como podían”, narra en la historia.
“Un día llegó el doctorcito y levantó a Andresito, con apenas 12 años de edad, para llevárselo a la casa…”- Y luego agrega: “un día, caminando por la Costanera Norte, lo veo al doctorcito en un escenario, hablando a la gente que lo aplaudía y lo ovacionaba. La indignación fue espantosa y allí entendí la hipocresía de esta ciudad”, acotó. De esa manera se refería a la candidatura a intendente de Gustavo Rivas por la Unión Vecinal, que por apenas 1600 votos no llegó a ser intendente de Gualeguaychú. En aquel entonces su contrincante político era Luis Leissa, que en los barrios logró revertir el resultado adverso que tuvo en el centro. Y así, gracias a la gente más humilde de las zonas más vulnerables de la población, donde Rivas iba en busca jóvenes para satisfacer sus perversidades sexuales, Gualeguaychú se salvó de haber sido gobernado por un intendente pedófilo.
Investigación periodística
La investigación en torno a los abusos y corrupción de menores de Gustavo Rivas llevó casi un año y medio de trabajo. Se arrancó en febrero del 2016 y se terminó de cerrar esta semana. Se habló con por lo menos 80 personas, entre víctimas, padres de estos; abogados, autoridades judiciales, ex magistrados, referentes sociales, dirigentes políticos. Ninguno de ellos desconocía las atrocidades cometidas por el letrado de Gualeguaychú, aunque también reconocieron que tal vez no lo dimensionaron.
Fue muy difícil lograr que hablen aquellos menores corrompidos o abusados por el conocido abogado -desde casos de 1977 hasta recientemente-, pero después de mucho tiempo se logró romper esa barrera. Por eso, incluso, se optó por ni siquiera publicar las iniciales de las víctimas, por el temor a la represalia social que tienen. Lo interesante fue que esos menores de décadas anteriores, entendieron que, como en casos denunciados por ANÁLISIS en los últimos años (como lo de los curas Justo Ilarraz o Ceferino Moya o el condenado abusador Javier Broggi), relatar lo que les sucedió, era sanador y serviría, quizás, para hacer justicia. Que así sea.
«Fue de locos lo que nos hizo Rivas
El joven tiene cerca de 40 años y habla pausado. Fue una de las tantas víctimas de Gustavo Rivas y cuenta con dolor, desconcierto y arrepentimiento, los casi diez encuentros que él y sus compañeros de escuela. “Para mi fue duro y traté de dejarlo atrás. Es complicado remover todo eso. No lo hacía ni por necesidad, porque mis viejos nunca me dejaron faltar nada. Cosas que uno hace cuando es pibe”, dijo a ANÁLISIS. “Uno ahora es grande y con hijos; y llego a la conclusión que fue de locos lo que nos hizo Rivas”, acota, casi sin levantar la mirada.
“Yo tenía 15 años. La modalidad siempre era la misma. Ibamos en grupo de 4 o 5 y éramos compañeros de colegio. Ibamos a tomar algo, a hacer la previa, a la casa de calle Mitre 7. El nos invitaba; no era profesor nuestro. Llegábamos a la casa los sábados; antes de salir al boliche, después de las 12 de la noche. Nos sentábamos a tomar algo abajo, a comer algo y nos iba invitando a subir arriba, a su habitación, uno a uno. Todo era a cambio de dinero. Arriba tenía tres dormitorios y uno de ellos era para las prácticas sexuales. Era una cama con control remoto, de una plaza y media; tv, con una luz normal de arriba, con música. Ahí te practicaba sexo oral. El ofrecía también que lo penetráramos. Tenía un pago determinado por cada cosa. Si lo penetrábamos se cobraba más que sexo oral. Era como el equivalente a 200 o 300 pesos de ahora”, dice el muchacho.
“También se hacía introducir cosas. Eso lo hacía tras hacernos subir en grupo. Nosotros le tuvimos que colocar un elemento importante en su ano, después de colocarle vaselina o no sé que aceite, mientras él hablaba todo el tiempo. Nos hacía colocar profilácticos; se cuidaba mucho”, acota.
–¿Y cuándo tomaste conciencia de lo que estaban haciendo? -preguntó ANÁLISIS.
–Fue cuando les conté a mis viejos. Mi padre me pegó un cachetazo en el auto, totalmente indignado. Fue la única vez que me pegó. Estuve mal mucho tiempo porque me di cuenta. Sentí que los había defraudado a mis padres. Y no lo hice por necesidad sino por un juego perverso al que entramos. Y nada fue igual después de eso. Nosotros éramos un grupo muy unido. Y después que pasó eso nunca volvimos a ser los mismos. Hubo un antes y un después de lo sucedido con Rivas. Nunca logramos tener la misma relación de antes. Eso rompió totalmente el vínculo entre nosotros. Dejamos de juntarnos y fue muy duro. Ibamos al colegio juntos y todo se rompió en mil pedazos.
El joven hace una pausa y sigue con su relato, respondiendo preguntas de este cronista. “Recuerdo que en la casa de Rivas había cámaras por todos lados. Y el propio Gustavo nos contaba de eso; creo que a modo de advertencia”.
–¿Y cómo se organizaban para verlo? -se le preguntó.
–Teníamos que llamarlo antes de ir. Había que avisarle en días previos. Algunas veces nos pasó de querer ir y él nos dijo que no, porque ya había otra gente comprometida para esas noches. Era habitual viernes y sábados, pero en especial los sábados. En determinadas instancias coordinábamos para ir, pero al llegar ya estaba otro grupo. Cuando terminábamos el encuentro nos íbamos enseguida; eran no más de dos horas que permanecíamos. Y él iba haciendo pasar de a uno a la habitación. Mientras tanto, los otros quedaban abajo comiendo o tomando algo. Tenía cerveza, gaseosas o lo que nosotros quisiéramos.
–¿Y qué pasaba en su habitación cuando subían?
–Primero te ponía un video porno para excitarte. Generalmente nos recibía vestido con una bata y todo desnudo abajo. Te empezaba a tocar, te hacía sexo oral y nos masturbaba hasta hacernos eyacular. Algunos ya habíamos debutado sexualmente; pero hubo quienes debutaron con él también. Sabía los nombres de cada uno de nosotros y de nuestros padres. Siempre sabía de cada uno.
«Vimos pibes muy pobres que iban por dinero a la casa de Rivas»
Los episodios sucedieron en el 2007. Los jóvenes de Gualeguaychú habían terminado la escuela y conocían a Gustavo Rivas de la calle o las jornadas de carnaval. Pero nunca habían ido, según relata el testigo que habló con ANÁLISIS. Ya no eran menores, pero querían saber de las andanzas del abogado, del que habían escuchado cientos de historias. Sabían que Rivas había hecho importantes aportes de dinero, pintura y hierros para un grupo de menores del Colegio Nacional, para el concurso anual de carrozas, que es un clásico de los estudiantes de la ciudad. Decidieron contactarse con el abogado y le enviaron un mail. Rivas aceptó de inmediato el convite y los citó para un sábado a la noche. El encuentro se repitió varias veces ese año. “Ibamos a boludear, porque éramos mayores de edad. A comer y a tomar. La primera vez no pasó nada; nos hablaba de cultura y diferentes cosas. Rivas se enamoró de un pibe que iba con nosotros pero éste no le dio bola. Y nos sorprendió con las cosas que nos contó, en cuanto a los pibes que hizo debutar. Y que le hacía La profunda, que era sexo oral”, dijo el entrevistado. “También nos contó de las fiestas que hacía en un barco de su propiedad”, acotó.
Ellos fueron testigos presenciales del ingreso de menores a la casa y todos de condición muy pobre. “No me miren el portero visor porque no quiero que miren a mis coqueros”, les decía, en referencia a quienes llegaban para penetralo. “Todas las veces vimos que eran pibes muy pobres, que iban a tener relaciones por dinero. No tenían más de 15 años”. Y añade asombrado: “Una vez, que estaba con un pibito, bajó totalmente desnudo de la habitación, hasta donde estábamos nosotros y nos mostraba la cola, diciendo “miren lo que me hicieron estos chicos”. El entrevistado también contó que Rivas la denominaba El matadero a su habitación. Y estaba claro que era así.
Sé el primero en comentar en «LOS ABUSOS DE GUSTAVO RIVAS: NOTA TERCERA.»