El periodista Jorge Ernesto Lanata («Larrata» para algunos) lanza al mercado su nuevo libro titulado «56». El libro sale este lunes que viene y -tal vez- oficie, entre otras cosas, para conocer cómo realmente comenzó la aventura de fundar el diario Página/12, que el pasado 26 de mayo cumplió 30 años. Lo que más trascendió de este nuevo libro de Lanata (en realidad a lo que más le dieron bola los medios del Multimedios Clarin) fue conocer hace pocos meses que era adoptado de la familia Lanata. Pero el libro habla de cómo fundó los medios que fundó y acerca de sus familiares y su vida. Como siempre, Lanata por Lanata -o sea este libro «56»- genera polémicas y opiniones antes de ver la luz.
ESTO ES PARTE DE LO QUE CUENTA
En 1987 yo era un chico de veintiséis años que acababa de fundar un diario. Pero lo peor no era eso: lo peor era que yo no lo sabía. Había conocido a Briante algunos años atrás, en El Porteño, y había escuchado su anécdota de Tiempo Argentino aquel día que, después de saciar su sed, cayó rodando por la escalera de la redacción. Pero todo aquello era lo de menos: yo, para ese entonces, ya había leído a Briante, y aquel tipo con sed, y sonrisa socarrona, que quería ser Borges, escribía muy bien.
Decidí contratarlo en Página porque eso era justamente lo que más necesitábamos: notas con valor agregado, frutilla sobre el helado, historias, contar lo que pasaba sin caer en el lenguaje burocrático de los cronistas. En los primeros tiempos del diario, Briante no estuvo en una sección determinada: estuvo en todas; así como una nota de actualidad política se cubría con un redactor y un fotógrafo, a otra podían ir un redactor, un fotógrafo y Briante, que iba a “fotografiar” su propia versión de la misma historia. Más adelante se hizo cargo del suplemento de Cultura y fracasó, como todos los que intentaron manejarlo: aquel fue el suplemento que cambió mayor cantidad de jefes en toda la existencia de Página/12. Después escribió columnas, y contratapas.
Como todos nosotros, Briante escribió grandes notas y notas olvidables, aunque debería decir que sus grandes notas fueron muchas. A veces venía a la redacción, y otras —las más— uno se la pasaba buscándolo a Briante. Hubo una época en que debí buscarlo tantas veces que él mismo se convenció de que íbamos a echarlo. Entonces, durante un par de meses, se la pasó llamándome por teléfono, completamente borracho, diciendo, como un chico:
—Vos me vas a echar.
Ninguna respuesta lo convencía de lo contrario.
Al otro día aparecía como si nada hubiera pasado, y así hasta la próxima llamada:
—Me vas a echar.
—No, Miguel. No me jodas. No te voy a echar.
Lo de las llamadas llegó a convertirse en una especie de chiste interno. Toda la redacción sabía que nunca íbamos a echar a Briante, pero Briante se negaba a darse por enterado. Decían en el diario que Briante tenía “la beca Lanata”. Y nadie con la “beca Lanata” había sido echado jamás.
Otra vez el teléfono volvió a sonar. Yo estaba en medio de una insoportablemente aburrida reunión con el embajador de no sé dónde.
—Bueno, pasalo —le dije a Adriana.
Era Briante con su eterno discurso.
—Estoy en una reunión, Miguel —le avisé—. Te escucho, decime…
Insistía con aquello de que lo íbamos a echar.
—Mirá, Miguel —se me ocurrió decirle—, ¿sabés cuándo yo te voy a echar? —El embajador, que hasta ese momento disimulaba, miró con interés—. Yo te voy a echar si vos entrás a esta oficina y me meás y me cagás el escritorio. Si hacés eso, yo te voy a echar. ¿Me entendés?
—Sssí —dijo Miguel, sorprendido.
—Si me lo meás y lo cagás, ¿okay? Si, por ejemplo, sólo me lo meás, no. ¿Vos vas a entrar acá a mearme y a cagarme el escritorio?
—No —dijo Miguel, sonriendo.
Y nunca más volvió a llamar para hablarme sobre aquel asunto. Ocho años más tarde renuncié a mi cargo como director periodístico de Página/12, y Miguel todavía estaba ahí.
Al tiempo, una tarde, alguien me llamó para decirme que Briante había muerto de una muerte idiota. Pero qué muerte no lo es.
Hay personas que escriben con palabras y otras escriben con su vida: Symns es de estos últimos, como Macedonio Fernández lo fue. Symns se escribe: lo que queda después son anécdotas confusas, historias que poco importa si fueron verdaderas, miserias fenomenales, poesía, vida en estado bruto. Bukowski quiso ser Miller, Symns quiso ser Bukowski. No pudo, o no quiso, o no le salió y decidió que en el fondo no importaba hacerlo.
La otra persona de El Porteño que importa a efectos de esta historia es Ernesto Tiffenberg, entonces jefe de redacción. Ya irán viendo por qué, pero mi juicio sobre él está teñido de rencillas personales que deberán tomarse en cuenta a medida que lo lean. En este país donde los diarios se heredan de los padres, hay pocos editores. Llamo “editor” a aquella persona capaz de pensar un medio desde la nada y sacarlo a la calle. Ernesto es “casi” un editor; le falta valentía. Julio Ramos, el “Gallego” García, Jacobo Timerman, Jorge Fontevecchia —aunque muy desparejo— y yo somos editores. He escuchado en los bares miles de diarios mejores que Página/12 o Crítica, miles de revistas mejores que Veintitrés, Ego o Página/30, pero nadie estuvo en medio de la mierda haciéndolas. Lo importante no es tener ideas sino llevarlas a cabo.
El proceso de materialización de una idea es fantástico: la idea está ahí, sola y temblorosa como un pollito, y se la ve crecer hasta que aparece en la calle. Página/12 era, en un momento, unas cuantas hojas de un cuaderno Gloria y algunos dibujitos. Más tarde debe lograrse que otros crean que ese cuadernito es posible, que construyan la idea en ellos. Ese proceso quizá sea el más complicado en la Argentina, donde al contar una idea todo el mundo tiene una mejor para oponerle. Un día, casi sin advertirlo, uno levanta la vista y ahí está la redacción y al poco tiempo un canillita vocea la idea en la calle. Aquellos dibujitos del cuaderno terminan en Salta, o en Alemania, o en Beirut, a la mañana siguiente.
La “idea” de comprar El Porteño y transformarlo en una cooperativa fue un error. Pero un error necesario a la luz de todo lo que sucedió después.
En El Porteño nunca fuimos más de cinco o seis personas. Levinas se desembarazó de la revista a un precio bajo pero que era, para nosotros, imposible. Llegamos entonces a la conclusión de que lo mejor era organizarnos en una cooperativa en la que todos aportaran una cuota de inscripción que permitiera comprar la empresa. La “empresa” era un mensuario con oficinas alquiladas, ningún activo y unos ocho mil ejemplares de venta al mes. Ah, y un “plazo fijo”, los únicos ahorros de la revista que servirían para pasar un breve contratiempo. El concepto de cooperativa terminó sovietizado: éramos más un koljoz que una cooperativa de trabajo: todos ganábamos lo mismo —el cadete y el jefe de redacción— y la discusión de los sumarios se hacía en asambleas.
Los primeros meses fueron caóticos: nos encontrábamos con Tiffenberg para ver cómo “ganar” la asamblea y, en lugar de periodismo, discutíamos los votos a favor. Décadas después, en la “tesis” ya citada, asambleístas que aparecían una vez al mes se adjudican la fundación de la revista. La asamblea estaba compuesta por: Álvaro Abós, Eduardo Aliverti, Osvaldo Bayer, Eduardo Blaustein, Marcelo Cofán, Ariel Delgado, Alberto Ferrari, Andrea Ferrari, Eva Giberti, Marcelo Helfgot, Hernán Invernizzi, Jorge Lanata, Miguel Martelotti, Tomás Eloy Martínez, Daniel Molina, Ricardo Piglia, Ricardo Ragendorfer, Eduardo Rey, Juan José Salinas, Osvaldo Soriano, Herman Schiller, Enrique Symns, Ernesto Tiffenberg, Carlos Ulanovsky, Jorge Warley, Gerardo Yomal y Marcelo Zlotogwiazda.
UNA ESTRATEGIA DE LA IMPOSIBILIDAD
Quizá Página/12 —en cuanto a la idea de editar un diario— haya nacido de aquel caos. Como jefe de redacción de la revista empecé una sección editada y diagramada como diario, con la lógica de la prensa tradicional pero con un contenido novedoso: se llamó The Posta Post y el acápite decía: “Todo lo que los demás diarios saben pero no se animan a publicar”. Allí editaba lo que escribían Gustavo Ferrari y Marcelo Helfgot, ambos periodistas de agencia, con información dura y propia. Aquel eco se sostuvo hasta el año siguiente, cuando presentaba el proyecto de Página como “un diario de contrainformación”. También el hecho de que Página tratara de encontrar un mérito en la brevedad; The Posta Post tenía cuatro páginas, el proyecto inicial de Página tenía ocho.
—Un diario de ocho páginas de contrainformación —eso les decía a quienes citaba en La Ópera, el bar de Corrientes y Callao. Me miraban pensando que era una broma, en cualquier caso una situación molesta: les decía, serio y compuesto, a periodistas con años en La Nación o Clarín que renunciaran y vinieran a trabajar conmigo en un diario que aún ni había empezado. Tiffenberg y los pocos que se fueron de El Porteño a Página tardaron unos meses en llegar, poco antes de los ceros. Ernesto, que en esa época sobrevivía con un salario de la FLACSO más otro de la revista, temía no poder pagar sus expensas. Otros del ahora denominado “grupo fundador” eran despedidos seriales, activistas o desocupados, e incluso nos tocó un psicótico que —Argentina, Argentina— con los años se transformó en un escritor de culto.
El otro vínculo entre El Porteño y Página se dio por casualidad: durante casi un año entrevisté en mi oficina de El Porteño a varios ex presos políticos, quería contar en un libro sus historias de vida.
La mayoría de ellos habían sido del PRT-ERP. Con Hugo Soriani, Alberto Elizalde Leal y Eduardo Anguita nos encontramos una o dos veces por semana frente a un grabador, durante casi un año. En paralelo, muchos de sus viejos compañeros y otros nuevos —el sindicalista Alberto Piccinini, el abogado Jorge Baños, el sacerdote Puigjané, por ejemplo— armaban una organización política llamada Movimiento Todos por la Patria (MTP), con un discurso pluralista cercano al alfonsinismo. Tenían, también, vínculos con el gobierno nicaragüense de los sandinistas. Yo llevaba mi borrador de diario de contrainformación a quien quisiera leerlo. Un día uno de ellos me llamó y me preguntó cuáles eran mis límites para el financiamiento del diario:
—Mientras no sea Camps, no me importa nada —respondí.
Ahora, años después, me entero de que discutieron mi procedencia: yo no venía del setenta —en ese entonces, tenía diez años— y era demasiado “liberal” para algunas de sus posiciones, pero pensaron que era mejor así, querían que el movimiento que propiciaban fuera lo más abierto posible. Es en ese momento cuando aparece Fernando Sokolowicz, un joven empresario maderero de trayectoria en los derechos humanos a través del Movimiento Judío.
La mejor manera de armar un diario es no haberlo hecho antes; no sólo todo es nuevo sino que puede volver a ser definido: ingenuo y original a veces van de la mano. Yo tenía veintiséis años, esa edad en la que uno cree que sabe y se anima a patear las puertas. Una imagen interior me acompañó durante aquellos años… sentía que sacaba, literalmente, la cabeza del agua: gotas corriéndome por la frente, viento fresco en la boca. Alquilamos una vieja oficina de ochenta metros cuadrados en Lavalle y Montevideo. Sokolowicz, Soriani y Elizalde se ocupaban de la administración. Tiffenberg y yo recorríamos aquellos ambientes pensando que era posible poner sólo un escritorio por área.
—Acá va Internacional, allá Economía…
El “Sordo” Iglesias era el diagramador; estaba indignado: decía que yo lo obligaba a hacer “la escalerita”.
—Esto es la escalerita —se lamentaba—, se nos van a cagar de risa.
El esquema básico de las páginas era muy simple: una noticia grande, una mediana y una chica, y “pirulos” en el borde (los pirulos eran breves de esa misma sección). En nuestro argot las llamábamos notas A, B y C según su importancia. En ocho páginas no entraba nada, subimos la cantidad a dieciséis. El diario de Buenos Aires, Reporter, La Página… buscar la marca era imposible: casi todo estaba registrado, hasta una revista del mercado agrícola que se llamaba Girasol Reporter. Página/12 surgió de esa confusión. Pero, claro, ya teníamos dieciséis páginas al salir. Decidimos entonces publicar, en la página 12 de cada día, una entrevista central. Doce de septiembre, creo, es el día de mi cumpleaños. Doce es un lindo número, el logo iría con letra de Lexicon 80 (mi letra) y agregamos por último una barra de separación: Página/12.
Cuando alguno planteaba que era muy largo, mi argumento fue: en las marcas prepondera la primera palabra. Van a llamarlo Página. Página. Coca. Ámbito. Cronista, y así. El layout tomó dos características de otros diarios: la apuesta a un solo título, de Libération, y las notas destacadas como números en la tapa, de Il Manifesto. Al título coloquial de Libé le dimos una vuelta más: sentido del humor. Y, por supuesto, salió de casualidad: en abril de 1987 Juan Pablo II visitaba por segunda vez la Argentina, la ciudad era un caos intransitable. En esos días, por donde uno pasaba, estaba por pasar el papa. Hacíamos un número cero el día que el papa volvió al Vaticano: Miguel Martelotti, el jefe de fotografía, dejó en mi escritorio una típica foto de agencia con Juan Pablo II saludando desde la escalerita del avión.
—El título es “Al fin solos” —dije. Fue el primer título de Página/12.
Aquellos caóticos días de los “ceros” ocultaron una maniobra: Elizalde registró la marca a nombre personal. Años más tarde lo haría valer cobrando un juicio de trescientos mil dólares a su favor. Éramos una estrategia de la imposibilidad: pocas páginas, el mismo precio que Clarín, saliendo sólo de martes a domingo. No salir los lunes nos evitaba “inventar” una tapa deportiva: a mi desinterés absoluto por el fútbol se sumaba el ahorro de salarios por los francos. Así salimos: de martes a domingo. Lo llamamos “el diario sin desperdicio” buscando que la oferta escasa fuera una virtud.
Página/12 salió a la calle el 26 de mayo de 1987, en el piso 12 de Perú 367, casi Belgrano: un piso de cien metros en el que nos apiñábamos ciento veinte personas. Siendo el director periodístico del diario tenía una oficina compartida. El baño de mujeres fue clausurado y funcionó durante el primer año como laboratorio de fotografía; el de hombres, claro, fue declarado mixto. El diario dependía entonces de un circuito de motociclistas que hacían equilibrio por toda la ciudad: la sección “Domingo” funcionaba a media cuadra, sobre la calle Perú; la fotocomposición, en la calle Venezuela, y el taller de impresión, en Pompeya. En el primer número informamos sobre la salida del diario en “Sociedad”, nuestra sección de información general. La nota decía:
“Yo sabía que algún día iban a volver periodistas al edificio”, lo comentó José Galeano, uno de los porteros de Perú 367, acuciado por esa nueva jugada del destino. En el mismo piso donde se encuentra la redacción del matutino Página/12, funcionó hace veinte años la revista Primera Plana, y desde esa época no se registraban entradas y salidas a la madrugada y actividades de fines de semana que despertaran al edificio de su letargo administrativo. Aunque se trabaja en el proyecto desde mediados de enero, la redacción —según comentaron periodistas vinculados al diario— comenzó a funcionar en la elaboración de números “cero” hace treinta días.
“La idea central sobre la que funciona el proyecto —explicó su director, Jorge Lanata— es una obviedad; queremos hacer un diario que informe. Y que lo haga con independencia y sin responder a ningún aparato, ni político ni empresario.” “Desinformar es también una posición política —dijo Lanata— y es nuestra idea lograr un diario moderno, bien escrito pero fundamentalmente informado.” Se dejó trascender que Página/12 evitará el bombardeo informativo, tomando en cuenta siete u ocho hechos centrales a desarrollar y consignando el resto. En su primer número —y aseguran hacerlo a diario— se cuenta también con una noticia de cultura en tapa, lo que aparece como otra característica del matutino, junto al hecho de desplegar diariamente una página de cultura —“entendida desde el hecho social y no sólo desde las bibliotecas”, según explicaron— y no condenar a esa sección al área atemporal de los suplementos. “Algo similar ocurre con las noticias internacionales —dijo Ernesto Tiffenberg, jefe de redacción—, siempre se las toma como hechos aislados, que comienzan el día en que apareció el diario; nuestra idea es contextualizar esos hechos.” Tiffenberg agregó que el nuevo diario cuenta, en ese campo, con los servicios exclusivos de varios medios del exterior: El País de Madrid, La Jornada de México, The New York Times Magazine y la revista Interview, de Nueva York.
Hubo, durante los últimos dos meses, distintas versiones sobre el origen y del aporte financiero en Página/12. En este caso, los servicios de inteligencia, a través de Prensa Confidencial, no dudaron en calificar de “marxistas vernáculos” a los integrantes del staff del diario. El Informador Público definió semanas atrás al periódico como de “centroizquierda» …
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