COMO MICHAEL CORLEONE.

Deberé reconocerlo, pero no con el tono dramático de frustración y desesperación como Michael Corleone en la tercera de El padrino, sino con la autoparodia de Silvio Dante en Los Soprano.

«Just when I thought I was out… they pull me back in!». Eso de que cuando pensé que estaba saliendo, me vuelven a meter.

Como ya dije varias veces, estoy con los trámites de divorcio de Argentina. No, no me voy ni nada, pero tengo la firme intención de no preocuparme más, de no perder horas de discusión por defender cosas que a gran parte de la población le parecen menores, banales; perdí tiempo, amigos, plata y trabajo por decir cosas que me parecían básicas. Bah, vine a salvar la patria y no me salió, así que ahora prefiero mirar desde el balcón.

Pero como Michael, no me dejan salir de la mafia.

Cuando en abril (¡de este año!) escribí acá en el newsletter la nota que titulé «Operación Caribe » que decía en su bajada «El constante salto de legisladores entre partidos sin abandonar sus bancas alimenta la antipolítica y vacía de sentido la representación democrática», sólo recibí esos lindos mails de apoyo y qué bueno y qué democrático y todo eso que se agradece.

La nota empezaba diciendo (perdón que me cite, me suena a «es como digo yo», frase que siempre me pareció el summum de la vanidad, pero bueno algo de eso habrá):

«Ayudáme, voy a juntar plata para que un nene pueda operarse».

Vos me ayudás.

Yo junto la plata.

Pero después con esa plata me voy de vacaciones al Caribe.

¿El nene? Qué sé yo.

Esto es lo mismo que si un legislador asume su cargo por un partido y en el medio de su mandato se va a otro o forme un minibloque (el kiosco mejor pago de la política argentina, siempre en oferta para levantar o bajar la mano en cualquier votación).

Al que nos pidió la plata para la operación le perdemos toda la confianza.

Sin embargo, al legislador lo seguimos votando.

¿Por qué? Porque, opinión impopular, en este país la política ya no existe.

Después la nota seguía con la lista iniciada hace 20 años, en octubre del 2005 por Eduardo Lorenzo Borocotó, el primer garrochero, y seguía con todos los nombres de los legisladores saltarines: Graciela Camaño, Felipe Solá, Daniel Arroyo, Facundo Moyano, Fernando Asensio y Jorge Taboada, Domingo Amaya y Beatriz Ávila. Todos ellos, habiendo conseguido una banca porque estaban en una lista de un partido (no te voté a vos, voté a una lista en donde estabas porque supuse que ese partido que te proponía estaba más o menos de acuerdo con la idea que tenía de lo que había que hacer en el país) sin que el mandato de cuatro años para diputado o seis para senador haya terminado, desconocieron ese mandato y se mandaron a mudar, a otro partido o al kiosco intergeneracional del bloque unitario.

También hablaba extensamente de las candidaturas testimoniales, eso de que te propongo aunque ya sé que no vas a asumir porque o bien nunca se pensó eso o bien porque si llegamos a ganar tengo pensada otra cosa para vos pero como tenés popularidad (Nacha Guevara era nombrada en la nota, la peronista que se quedó con U$S 110.252,58 que el Estado peronista le dio porque una agrupación de derecha peronista hizo que tuviera que irse del país peronista y consiguió los dólares por una ley peronista hecha durante un gobierno peronista). También hablaba de Diana Mondino que, más acá en el tiempo, se ganó la confianza de la población para ser legisladora, consiguió una banca como tal pero ni llegó a asumir porque la nombraron ministra de Relaciones Exteriores. Y agregaba, porque soy malo: «Se hubiera quedado en el cargo, al menos todavía lo tendría».

¿A qué viene todo esto?

A que pocos de los que —ahora sé, equivocadamente— se reconocen como «sector republicano» se sintieron molestos o tocados por lo que ahí decía.

¡Qué bien, qué bien, defendamos la institucionalidad y coso!

Pero mi ex es así, no para de darte disgustos. Sólo seis meses después, unos cuántos faros de la institucionalidad y coso se saltaron el cerco. Sintieron necesidad, como la diputada Patricia Vázquez, de apoyar al Gobierno más decididamente y por eso, a pesar de los 2.484.593 argentinos que votaron en el 2023 la lista de un partido que la llevaba como sexta candidata (que la votaron para que tenga esa banca del partido hasta 2027), sintió la necesidad, decía, de pasarse a otro partido, casualmente el que ganó las elecciones.

No hay que ser muy mal pensado para imaginar qué hubiera pasado si ese partido al que se cruzó hubiera perdido las elecciones. Pero las necesidades son así, te aparecen cuando menos lo pensás. Como dijo un amigo: «¡Qué timing para las necesidades, esa señora!». De cualquier manera esa necesidad de salir corriendo del partido por el cual ganó la banca no fue tan urgente. Le dio tiempo para llamar a la empresa de mudanza y llevarse la banca también.

Reconocía en aquella nota de abril que:

Ni en la Constitución Nacional ni en la Ley Orgánica de los Partidos Políticos ni en el Código Electoral Nacional se dice nada al respecto.

En Brasil, por ejemplo, no sería posible. Hay un «mandato imperativo», sos del partido o te vas. Acá hay un «mandato representativo», los legisladores no están obligados a seguir lo que dice el partido.

Lo que sería bastante justo si no fuera que estamos rodeados de tránsfugas que usan la plata de la operación del nene para irse al Caribe.

O sea, no es ilegal lo que hacen los saltarines.

¿Por qué no está previsto?

Se me ocurren dos cosas, una ingenua, la otra no tanto.

La ingenua: cuando crearon los requisitos para ser legislador, no se les ocurrió que la degradación llegaría a este grado de estulticia, pensaron que habría un poco de decoro, o al menos, un mínimo de vergüenza. Pobres giles.

La más real: quienes tendrían que legislar sobre esto son los mismos que se aprovechan del agujero. Entre legisladores no nos vamos a inmovilizar las bancas, mestraña.

¿Y por qué recuerdo la nota de abril?

Porque lo hicieron de nuevo, lo hicieron los que consiguieron un cargo por una «Propuesta Republicana». Sí, «propuesta republicana», porque cuando tu ex se te burla, se te burla.

O sea, cuando lo hacen los peronistas, qué vergüenza, cómo puede ser, no respetan nada. Cosa que es cierta, es una vergüenza y no respetan nada.

Cuando lo hacen los «republicanos», es diferente.

La cantidad de excusas que escuché fueron incontables.

Ninguna tenía en cuenta que el voto es la única herramienta del ciudadano, que no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes. Pero cuando los representantes sienten la necesidad de representarse a sí mismos, sin importarle el voto de quien los puso allí, ¿quién representa a los ciudadanos?

«Bueno, pero no es igual que Borocotó porque no se pasaron a la oposición», me dijeron.

¿Y?

Hablo de una regla general de convivencia, no de lo que pasa entre un partido y otro en la circunstancia de estos días.

Pero ya mi ex, entiendo, degradada durante años hasta llegar a este subsuelo, no puede pensar más que en chiquito. En esta de hoy. El largo plazo es aspirar a cortar el pan dulce.

«Entraron por una alianza que ya no existe» dicen, pero esa alianza estaba formada por partidos que sí existen.

Y otra vez, ya sé que no es ilegal.

«Mis votantes se pasaron antes que yo, votaron a ese otro partido, entonces yo también me voy», es un argumento que te lo dicen en serio, como si el voto fuera un adminículo de quita y pon.

Ni se les ocurre pensar que es quizás una de las maneras más cínicas de decir «me voy con el que ganó».

En un momento insinué que quizás se fueron porque los compraron. Me dijeron de todo, hablando de la honorabilidad de los tránsfugas (a quien no quieren que se les diga tránsfugas, mucho menos traidores, porque toda corrupción empieza corrompiendo las palabras). Sin embargo, es lícita la sospecha. Si sos legislador y te cambiás de partido, ¿sabés cómo tenés que hacer para que no sospeche que te pusieron una torta de plata o te ofrecieron un cargo o algún beneficio non sancto ? No te cambiés, mirá qué fácil.

Ahí estuvo Sabrina Ajmechet (que tuvo la gentileza de terminar su período en un partido y presentarse por otro) diciendo: «En la lista a mí me puso Patricia», frase con la que clausuró cualquier olor a república porque si tu lealtad es mayor al dedo de quién te colocó en una lista que a los votos que hicieron posible tu elección, estamos en el horno pero en los minutos finales, para el gratinado. Se ve que aquello que enseñaban en Instrucción Cívica ya no corre.

El tema es que los legisladores funcionan también como ejemplo. Entonces muchos de sus votantes dijeron «está bien, si yo cambié, me parece bien que mi representante cambie».

Este argumento, también usado por los propios saltarines, es mentiroso. No hay manera de comprobar cuántos de tus votantes cambiaron de idea. Lo único mensurable es cuántos votaron la lista en la que estabas para que estés en esa banca por cuatro años.

A los poquitos que terminamos diciendo «está mal» nos llegaron a acusar de «caprichosos» y «club del helicóptero». Ese es el grado de tolerancia hoy. Decís públicamente que el accionar de un legislador te parece que degrada la república y la confianza en las instituciones y te dicen que le hacés el juego al kirchnerismo. Sí, mami, no hice otra cosa más que ser kirchnerista desde que nací.

Y viene alguien y te dice «¿y para qué voy a votar si después se cambian de partido?».

¿Y qué le respondés?

¿No votés?

Y, no.

Pero no sé qué se le responde.

Excusas de por qué pasarse de un partido a otro sin abandonar la banca, hay miles, para todos los gustos.

Cada una, degrada la confianza en las instituciones.

Un país sin instituciones es no sé ¿qué es?

No quería hablar de esto porque las discusiones, ya lo aprendí, no sirven de nada. Desarrollar argumentos, no sirve de nada. Exponer, pensar, dialogar, no sirve de nada porque después viene alguien que se presenta como «republicano» y repite exactamente el accionar de los verdaderos padres de la patria, los peronistas. Padres en el sentido de que nos educaron, nos dijeron lo que estaba bien, lo que estaba mal y ahí seguimos, aún creyendo que los estamos combatiendo.

La única advertencia que se puede hacer a esta altura, y que en realidad hago para mí, es estos que saltaron una vez de un partido que perdió a uno que ganó, lo van a volver a hacer.

Con ellos ni a la esquina. No tiene costo. No hay premios, no hay castigos.

Y la culpa, por supuesto, la tenemos los periodistas que osamos decirlo. En eso también son todos peronistas, están convencidos de que deben odiarnos más. Tampoco la muchachada «republicana» quiere periodistas, quieren DJ de casamientos que pongan las canciones a pedido.

La nota de abril terminaba diciendo:

Lo paradójico es que votamos gente que ni sabemos quiénes son en medio de listas larguísimas, porque las listas están en un partido, pero después estos desconocidos dicen «no, yo pienso otra cosa» y listo, se van. Y uno se queda sin saber a quién votó.

Todo puede resumirse en que estos políticos que nos dirigen gran parte de las posibilidades de nuestras vidas, no tienen palabra.

Debería usar todos los newsletters que me quedan de acá hasta que me muera para escribir cada vez que un político argentino dijo una cosa e hizo otra.

Y así es muy difícil creer.

Y pasa lo que pasa.

Termina el Congreso con terraplaneros, megáfonos y patitos en la cabeza.

Y no le importa a nadie porque ya no hay política.

Sé que puede molestar esta frase, quizás por eso lo digo.

Ya no hay política.

O estoy tan decepcionado que no la veo.

Durante los negros años del kirchnerismo, lo peor que uno podía ser era «antipolítico».

«La política es el mejor lugar en el que pueden estar los jóvenes», decían jóvenes de ayer que se enriquecían con la política gracias a miles de otros jóvenes que sin cuestionamientos, creían.

Criticar la política era ser «antipolítico».

El truco estaba en que política era lo que ellos decían que era político.

Desde la banalidad sobrevalorada de «Todo preso es político» (claro, que acuchillen a tu hermana es político) hasta las pecheras de La Cámpora para repartir las sobras de una compra sobrefacturada a miserables inundados.

Así, la música, las relaciones humanas, el sexo, la ciencia, la literatura, el deporte, todo pasaba a ser político. Y si no era «político» (en ese sentido banal e interesado) era «antipolítico».

Todo era un mensaje esclarecedor dado a una sociedad inocente a la que había que enseñarle el abc de la política.

El resultado ha sido esta sociedad triste, chabacana, imposibilitada de mantener una conversación adulta, grosera y vacía.

Lo voy a decir bajito, por las dudas.

La culpa no la tuvo la antipolítica.

La culpa la tienen los políticos.

Y siendo menos ingenuos, hasta quizás haya sido a propósito.

¿Qué mejor que el desinterés de todos nosotros para que puedan seguir yéndose al Caribe con la plata de la operación del nene?

En aquel momento, todavía creía que había gente que hacía y cumplía las propuestas ciudadanas.

Ahora, estoy más abajo.

Dedíquense a otra cosa. Yo por lo pronto intentaré no terminar como Michael Corleone, solo, con apoplejía, en Sicilia, pensando que todo debería haber sido distinto.

POR: Osvaldo Bazán. Periodista.-

Sobre el Autor

Carlos Suarez
Periodista egresado del ISET N° 18 "20 de Junio" de Rosario, S.F. en 1990. Participó del Primer Congreso Internacional de la Comunicación y el Periodismo en 1998. Colaboró con el programa LA OREJA de Radio Rivadavia conducido por Quique Pesoa en 1992. A partir del 1 de octubre de 2018 condujo VIVA LA MAÑANA por Radio Viva 104.9 de Federación, E.R. En este 2019/2020 administra y redacta en esta página Federación al Día. A partir del 29 de junio de 2020 volvió a FM Stereo 99.3 con el clásico "Demasiado temprano para mentiras", desde las 7 de la mañana. En marzo de 2021 comenzó el nuevo ciclo "La Mañana de Uno" por la 106.1, de lunes a viernes y de 9 a 12 de la mañana.