«Cuando el dolor se va / zumba el viento y podés respirar», canta Manuel Moretti y sí, es como si las ventanas se abrieran. Para eso que llamamos rock argentino, siempre es una buena noticia la aparición de un nuevo disco de Estelares. Como en la generosa decena de discos anteriores, Los Lobos trae varias nuevas bocanadas de aire fresco, melodías que expanden el pecho con las ganas de acompañar el cantante. Nacido hace casi sesenta años, el hijo pródigo de Junín tiene la preciosa virtud de escribir letras que se deslizan en la lengua, que no cuesta nada hacer propias. Por eso hay justicia en la popularidad de varias de sus criaturas, que saben tocar la fibra emocional de muchos.
Pero el cantar con Estelares también obliga a una pausa para escuchar, porque ahí hay una orquesta -como le gusta decir a Moretti por sobre «banda» o «grupo»- afiladísima y gozosa de estar haciendo esas canciones juntos. Lo saben bien por experiencia los músicos y por participar del rito las personas: hay un momento en que un grupo de instrumentistas hace un preciso click y empieza a generar algo que está más allá de su voluntad y su aplicación al trabajo. La banda empieza a sonar. Si el término «magia» suena naif, pues táchese y utilícese el que más se acomode al usuario: lo cierto es que todo encastra y fluye, y una maqueta de Moretti en City Bell va a la sala de ensayo y se convierte en una señora canción. El guitarrista Víctor Bertamoni, el bajista Pablo Silvera, Javier Miranda en batería, Eduardo Minervino en teclados, Guillermo Harrington en guitarra y coros y Martín «Tucán» Bosa en guitarras y percusión se encargan de ello.
De eso habla Manuel en la previa de los shows en Teatro Vorterix (Av. Federico Lacroze 3455), donde Estelares hará una presentación oficial de su nuevo disco el viernes 7 y sábado 8. Del orgullo y alegría que le produce pertenecer a una banda con casi 30 años de existencia y la piel curtida para atravesar años salvajes y llegar a este presente luminoso. Del superyó martillando la cabeza para hacer algo con esas notas de voz, de palabras como «emperifollada» y «coqueta», caños mexicanos, de lo que puede ser capaz un tipo con una pandereta, las canciones dramáticas y las épicas, el amor como sustancia esencial pero en permanente construcción.
-Después de todo el asunto de ensayarlas, grabar, mezclar, escucharlas una y otra vez, ¿qué reflexiones te aparecen un tiempito después, al tener que hablar de las canciones?
-Una cosa es que medio había tomado como distancia de hablar mucho, precisamente porque a veces no sé muy bien lo que digo, para encontrar bien el corazón. Una de las cosas que tiene este disco que sí me gusta que ocurrió es que fue rápido, desde mis maquetas a la sala de ensayo con los pibes; dos ensayos, tres, tomarle color y enseguida ir al estudio. Es decir, que el disco termina de cobrar su vestimenta, su corazón, todo lo que se escucha te diría, 55% en decisiones que se tomaron en el estudio. Y eso hace que el disco sea fresco, hermoso. Lo único que pedía yo era que respetaran las estructuras más o menos de las que traía. Pero el laburo fue muy en sincro.
-Muy al viejo estilo además, ¿no? Tomar decisiones rápidas que a fin de cuentas son las que más valen.
-Y cuando terminás escuchando es hermoso, quedó mejor que cualquier cosa que podías pensar. Pero también hay una cosa, que estamos trabajando los últimos discos más o menos de esta manera, una cosa del vivo, la interpretación de la banda. Entonces vamos al estudio y las tomas son espectaculares. Somos los siete músicos, Germán Wiemeder como productor artístico, Martín Pomares como ingeniero, a veces está el Drum Doctor o alguien, o alguno de los asistentes que también ayudan, hacen comentarios.
-Ya saben qué es Estelares y qué no es Estelares.
-Eso es, pero incluso mi único rol… está el rol del productor, de los pibes, y mi único rol es estar atento por si hay algunas rutas que no me gustan. Pero todo es hermoso, buenísimo, emocionante. Es ese lugar, eso que facilita todo. Es el producto de casi 30 años de estar juntos, y esta banda lleva 15 años de gira. Y me parece que eso se escucha en el disco, y por eso se escucha con placer. Y también otra cosa que me di cuenta, que es fundamental… algo de los alrededores de lo que estoy diciendo es que me di cuenta que el disco anterior, Un mar de soles rojos, es hermoso, tiene canciones que me encantan, “Este despertar”, “Infausto”, “Habrá que aprender a amar”, “La melodía más triste del mundo”, “Miedo”… canciones que quiero mucho. Pero es un disco pesadísimo y me di cuenta ahora, por eso no fue tan fácil tocarlo: no subimos muchas canciones de esas a las giras.
-¿Y por qué creés que pasó? ¿Habrá sido una respuesta a Las Lunas, que había sido muy luminoso?
-Exactamente eso. Lo que pasa es que Un mar de soles rojos es un disco que se compuso en pandemia, entonces por más que dije no, no pasa nada, entre comillas… las pelotas no pasa nada. “Infausto”, “Habrá que aprender a amar”, yo amo esas canciones pero ¿sabés cuántas veces la tocamos? Dos, una como mucho.
-¿No encastran con las otras?
-Es lo que noté, no podés subirlas al escenario porque pesan. Y lo noté después y flasheé, quedé medio impresionado con razón. Esa es una gran diferencia con Los Lobos, que es un disco re rutero, fresco, hermoso, hicimos giras en Europa, Latinoamérica, México, y ya de doce canciones de ese disco hay siete sobre el escenario. Es un disco que tiene un montón de colores… hasta incluso me di el lujo de meter “Emperifollada”, que era como un juego; el disco estaba terminado, me iba con mi familia a Brasil, me subo al avión y disparo los archivos, y le encuentro un movimiento, esta canción es fresca, divertida, estaría bueno meterla… le pregunto a los pibes si está buena y les encantó. Así que saqué una que se llama “El faro”, donde canta Julia, mi mujer, que es una belleza, que supongo que irá luego.
-Debe estar re contenta Julia.
-No, no tiene problema, porque esa cosa era también hecha un poquito después de la pandemia, una maqueta casera, y ella tiene muy lindo timbre de voz y cantó también. Pero el disco ya venía buenísimo y decidimos meter esa canción bailable, femenina. Hasta ese lujo se da Los Lobos.
-También parecen permitirse jugar con otras cosas. Los caños mexicanos en “Ella”…
-Es que estaba escuchando a Gabito Ballesteros y Peso Pluma, corridos mexicanos, y estaba recopado con eso. Y cuando hice la canción puse unos vientos en la maqueta, pero eran vientos occidentales, la misma melodía pero occidentales. Entonces le dije a Germán “escuchate esto, ¿lo hacés?”, y enseguida hizo esos arreglos buenísimos… creo que todos esos logros del disco son porque van muchos años de una responsabilidad con el oficio y una responsabilidad con la interpretación. Lo que cambió en los últimos años es que…, no sé, voy, veo probar sonido a la banda y digo “¡Wow, me gustaría cantar en esa banda!” (se ríe). El cantante no tiene que hacer nada, con que esté concentrado y cantando bien…
-Más allá de que se cambia la óptica con el correr del tiempo y la vida, ¿cómo se hace para cantar sobre el amor, un asunto central en Estelares, sin repetirse?
-El amor desesperado, el amor negado, el amor que se fue, el amor que llegó, el amor en el presente… Me parece que influye el respeto con el que he enfrentado al amor. Nunca fui un romántico del amor, me parece que siempre ha sido un trabajo, una construcción. Antes era la dificultad, el encuentro, y después… hay diferentes clases de amor, amor filial, de construcción de pareja, por un oficio, amor de amigo. Y para decir amor está la concreción, el abismo. Cosas que se siguen mirando y se ven de manera diferente. Lo que yo siento es que salvo el disco pandémico donde estaba aterrado, las observaciones vienen menos… ahogado. Este disco tiene aire. Lo canto en “Zumba el viento”: cuando el dolor se va, zumba el viento y podés respirar. Algo de eso pasó en los últimos años que tiene que ver con la construcción amorosa de mi familia, de nuestra profesión… y además pasó la pandemia. Estás más tranquilo, te podés tomar un mate sin que venga a comerte el monstruo. Creo que tiene que ver con la responsabilidad que hemos tomado de la profesión y con los años, para empezar la vida de una manera un poco más virtuosa, más que enajenada y problemática.
-¿Y cómo se lleva eso con este momento tan enajenado de la Argentina y el mundo?
-Muy bien, porque yo acordé algunas cosas conmigo mismo. En un momento sentí que apareció el celular y se murió el corazón; es decir, aparecieron las redes sociales y se murió el corazón. Es clarísimo, es generar no intercambio, no información. Bueno, yo me retiro un poco de eso. No puedo permitirme que me coma el mundo crudo y trato de ser lo más constructivo posible. Cuando Trump dijo “si pierden me voy”, le escribí a mis amigos “me parece que acaban de darnos el ultimátum”. Sentí que mucha gente con muchísimos problemas tenía miedo de que al otro día iba a ser el acabóse. Por eso se equilibró la votación, porque es difícil vivir con miedo, Entonces, ¿cómo me llevo con la dificultad de vivir en un mundo a veces tan cruel con tantas personas? La desarticulación de lo social y todo eso… hay que tratar de por lo menos cuidarlo, ordenarlo en casa, en nuestra familia, en nuestros amigos, en nuestros alrededores. Lo demás… qué sé yo, yo no ejercito la mierda, ni siquiera en cosas mínimas mías. No, man, ya está, yo no voy ahí, te agradezco, ni hablo. En función de esto trato de construir. La paternidad, el amor por Julia, los amigos, la orquesta: todo eso me salva del quilombo.
