Eduardo Emilio Kalinec se encuentra condenado a prisión perpetua desde 2010 por los delitos de privación ilegítima de la libertad, tormentos y homicidio. Fue uno de los represores que operó en el centro clandestino de detención Atlético, Banco y Olimpo, tres sitios que funcionaron bajo la órbita de Carlos Guillermo Suárez Mason, jefe del Primer Cuerpo del Ejército. Se lo conocía como «el temido Doctor K». Su hija, Analía Kalinec, creadora del colectivo Historias Desobedientes, dialogó con el programa La Mañana de Uno que se emite por la 106.1, Radio Uno de Federación.
-¿Qué significa pertenecer a un colectivo llamado Historias Desobedientes?
-Bueno. Nos empezamos a encontrar los familiares de los genocidas, y a partir de la lucha de los organismos de Derechos Humanos, HIJOS y demás, fuimos haciendo consciencia y anoticiándonos de los crímenes cometidos por nuestros familiares. Y cuando se intentó el 2×1 participamos de aquella multitudinaria marcha de los pañuelos para que los genocidas no salgan a la calle. En esa marcha formamos Historias Desobedientes que está formado por hijas e hijos, nietas, nietos y demás familiares de genocidas, hermanas y hermanos de genocidas. Nos colectivizamos y salimos a manifestarnos públicamente a favor de la Memoria, la Verdad y la Justicia.
-Es fuerte escuchar a alguien como vos, que se opone a la historia que construyó tu padre.
-Y, sí. El mandato social de obediencia familiar estaba fuertemente instalado. En todos los ordenes, incluyendo el legislativo. Nosotros presentamos un proyecto de modificación del artículo del Código Procesal Penal que impide a los hijos declarar en contra de sus padres. El mandato de lealtad familiar es muy fuerte y nosotros nos encontramos con esta disyuntiva de tener un familiar genocida y apelamos a otro mandato social y ético y nos paramos del lado de la Memoria, la Verdad y la Justicia.
-¿Cómo fue tu infancia, aquellos primeros años de contacto con ese padre tuyo?
-Yo nací en el año 1979, en plena dictadura. Como lo cuento en el libro «Llevaré su nombre», de Editorial Marea, nací en el marco de una familia tipo. Mi padre fue condenado en el 2010 a cadena perpetua por crímenes de lesa humanidad. Y. bueno, nada. En esta familia yo tenía un vínculo de cariño con mi padre, de mucho respeto; una familia también endogámica, con una mamá ama de casa, un papá muy querido, muy respetado también. Un padre al que no se podía defraudar. En el año 2005 queda detenido, yo tenía 24, 25 años. Fue un trabajo muy doloroso poder asumir la condición de torturador de él, porque a él se lo ubica formando parte de los Grupos de Tareas.
-¿Tu elección de estudiar Psicología habrá tenido que ver con tu historia?
-Es muy probable. (Sonríe). El tema es que cuando empecé a estudiar yo seguía ignorando de manera inconsciente toda esa circunstancia.
-¿Cómo fue el momento en el que te enterás de la actividad de tu padre?
-Cuando queda preso hay un primer momento. Apareció ahí la negación como mecanismo de defensa. Yo pensé en un primer momento que con mi papá se habían equivocado. El punto de quiebre e inserción fue cuando leo el auto de elevación a juicio y escucho el testimonio de los sobrevivientes.
-Y a partir de ahí ya no hubo retorno.
-Y, no. Yo tengo una conversación con él donde de alguna manera me admite su implicancia y su participación en la represión, cosa que él venía negando. En esa charla que yo tengo en el año 2008 con él intenta justificarse ante mi. Apeló a lo que ya sabemos, que no son 30.000, que eran subversivos, que salió a defender a la patria. Reivindicaba esa consciencia que ellos tienen respecto de eliminar al que piensa distinto. Ahí ya no tuve posibilidad de punto de encuentro.
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