El 16 de noviembre de 1810, desde Curuzú Cuatiá, el general Manuel Belgrano decidió oficializar la organización de la antigua Estancia de Mandisoví.
Al regresar de la Campaña al Paraguay, escuchó las voces de los pobladores, y a orillas del río Uruguay nombró a Pablo Areguatí como primer Comandante.
Pasaron los años. Dejaron sus huellas las invasiones y los saqueos, hasta que Urquiza, en el otoño de 1847, plantó el árbol de Federación.
Pasaron los años. Se gestó la Represa de Salto Grande. Después del patriótico sacrificio de resignar casas y proyectos, el 25 de marzo de 1979 comenzó a escribir su propia historia la nueva ciudad.
Me han contado los habitantes costeros que suelen escuchar la guitarra de Ramón Sixto Ríos, implorando a Merceditas un beso y una promesa al final del baile, mientras el Curupí Galarza, curtido canastero de la esperanza, camina hacia la aurora de los nuevos tiempos, buscando mimbre en las estrellas; tejiendo soles con cuerdas de isipó.
También me confiaron que, de la vieja Federación, quedaron las azaleas, mientras un abismo de misterios cubría el lago.
Un Guarumba de silencio todavía aguarda las huestes de la dicha.
Sobre las aguas sin recuerdo duerme su ausencia la flor azul de Belgrano, y el sueño federal de Urquiza.
El río de los pájaros decidió una distancia aborigen, ante el espejo forastero.
Los abuelos del atardecer prefirieron cerrar los ojos cuando emigraron los grillos.
Y los peregrinos de marzo llevaron en andas a la Inmaculada Concepción, fundadora y patrona.
Yo pregunté por la vida, que seguía aferrada a una primavera sin voces; interrogué por las calles, sobre un barrio sepultado en nieblas.
Me hablaron solamente los duendes, fantasmas madrugadores del viento. Y las mismas azaleas del pasado, que aún respiran el color de la nostalgia.
AUTOR: Roberto Romani, asesor cultural del Gobierno de Entre Ríos.-
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