INDIOS, MITOS Y FRONTERAS (SEGUNDA NOTA).

Mapuche “es gente de la tierra”. No se llamaban de esa forma a sí mismos los pueblos indígenas en el siglo xix. Sino que mapuches también podríamos llamarnos nosotros, si aprendemos el idioma mapudungun, ya que somos gente de la tierra. La adopción del idioma en el proceso de “araucanización” va de la mano, también, de la adopción de pautas culturales araucanas. Esto hace que muchas tribus, de diverso origen y grado de mestizaje, aparezcan dentro de un universo cultural común. El mapudungun es adoptado en forma muy extendida y es ahí la raíz de la identificación de todos los pueblos como “mapuches”, en cierta forma reaccionaria. Pero eso no es así: es como si los diferentes pueblos latinoamericanos fuéramos españoles porque hablamos el idioma de Castilla. Pero ese universo cultural que abarcaba desde la Araucanía a las llanuras bonaerenses, no era aislado del universo criollo. La evolución de las tribus se da en íntima relación con la presencia inca, primero, hispana después y criolla finalmente. Se da en una relación de influencia asimétrica.

En el periodo español se forma un espacio económico dependiente de las “relaciones de frontera”, tanto en la adquisición de ganado en las pampas (por diversos métodos, que incluyen el malón) como de la venta del mismo a las poblaciones criollas de Chile. Y, a la sombra de esas relaciones, crecen y se fortalecen, decaen y desaparecen, jefaturas y grandes liderazgos. En esa amplia región que abarca desde la “frontera” hasta el sur de Chile (o sea, las provincias enteras de Río Negro, Neuquén, La Pampa, y partes importantes de Córdoba, San Luis, Mendoza y Buenos Aires) se estructura una formación social en la que la explotación de ganado y su comercialización, las “raciones” de los gobiernos argentinos y los pactos, permiten la existencia de jefaturas que nacen a partir de estas relaciones.

Las relación de los indígenas con los diferentes pueblos criollos tuvo dos planos; uno, el parasitismo de las “raciones” y la captura de ganado, y otra, el intercambio comercial y laboral que, en algunos casos, como la de los patagones y la colonia galesa, fue central para su supervivencia

Mapuche no era una “identidad” colectiva. No había una “nación mapuche” que ejercía algún tipo de gobierno común en una amplia región, ni en ningún momento existió una jefatura mapuche, ni una confederación mapuche o araucana. No hubo una unidad política de ningún tipo entre los pueblos de la región, excepto en momentos puntuales de agresión generalizada por parte del Estado, con Bartolomé Mitre en el 50, y hacia el final de la campaña de Julio Roca. Eran sociedades donde las relaciones de parentesco, la reciprocidad asimétrica, las alianzas coyunturales permitían la existencia de grandes acuerdos para los más famosos malones, pero también ese sistema de acuerdos se desestructuraba con igual rapidez

“Araucano” define a los pueblos de Chile y lo toman los españoles de los incas (auca: guerra o guerrero). Por otra parte, mapuche es una construcción étnica posterior a la conquista. En dos fases, una en la supervivencia de ese único idioma para un conjunto de pueblos. Y segundo, ya destruidas las estructuras tribales étnicas previas a 1880, como una forma de generar una identidad de resistencia de los marginados en la construcción de un Estado-nación excluyente.

Pero araucano no es un insulto ni una denigración; su único problema es que designa a pueblos asociándolos con una región del actual Chile. Y una gran parte de los pueblos del lado argentino tenían un origen local y/o mestizo. Por ello debemos tomar todas estas identidades con cuidado y no hacer de ellas cosas que no fueron. En general, se usaba la idea de “chilenos” a los indios agresivos, aunque había entre los indios amigos que paleaban junto a las fuerzas del Estado aborígenes que también eran “chilenos”. El caso del cacique Venancio es muy claro: llegado de Chile se asentó en Bahía Blanca en la época de Rosas, figuró como hacendado y como fuerza de defensa de la fortaleza, hasta su muerte a manos de indios enemigos del Restaurador.

Las migraciones más numerosas desde la Araucanía sí se producen. Negarlas en función de una lucha política presente es un error. Era una región mucho mas poblada, chica y con una fuerte presión del naciente Estado chileno en la “guerra a muerte” de la década de 1820 (durante las guerras de la Independencia, una parte sustancial de los indígenas de allí fueron “realistas”) con más riqueza y espacio. Son migraciones en muchos casos, movimientos temporales en otros, son masivos y conflictivos. Comienzan en la zona cordillerana hacia fines del siglo xvii pero son desequilibrantes de la demografía en el siglo xix.

Los pueblos indígenas confrontaron entre sí. Las guerras inter-étnicas fueron, naturalmente, muy duras, sobre todo a partir del siglo xix. Los enfrentamientos de los araucanos con los tehuelches existieron (algunos tomaron carácter casi mítico: la batalla de Languiñeo, Barrancas Blancas y Shótel Káike, que quedaron en la tradición oral). Fueron parte de este movimiento de pueblos y de la “araucanización” que llevó al establecimiento de una nueva estructura social en la región. Pero no hay que exagerarlos y hacer de ellos “la desaparición tehuelche por la conquista genocida mapuche”.

Los tehuelches siguieron presentes como tales, o como parte de las nuevas etnias nacidas en ese periodo. Los manzaneros eran, en gran parte, descendientes de tehuelches, en toda la costa patagónica, la cuenca del Chubut y hacia el sur, eran tehuelches. Además, de igual violencia fueron los combates entre los tehuelches, entre “araucanos”, entre criollos, y en la mayoría de los casos con formaciones mixtas cuyo encuadramiento étnico no es posible de realizar.

La absorción cultural de gran parte de los tehuelches por los araucanos no necesariamente es un extermino: una cultura más fuerte, con mas experiencia guerrera y mejor preparada materialmente como la araucana va “araucanizando” la zona, y eso se traduce en la adopción del idioma por una mayoría, como también de las pautas culturales, aunque otras se pierden. Las tribus se adaptan al esquema productivo “extractivo”, comercial ganadero, de la pampa. Por eso, el término “mapuche” no sirve, históricamente, para definir a ese conjunto de pueblos. En realidad, lleva a un racismo superado y bastante nocivo (identificación de “raza” y nación), y más complicado si consideramos el origen étnico de los argentinos, que, como sabemos, somos infinitamente diversos. La Argentina no puede asociar su identidad a “etnias”, ya que ese camino disuelve la identidad que tiene como sustento una nación.

Es clara la estrategia diferenciada de las diferentes tribus en el hecho de que tantos indígenas formaran en las filas del ejército nacional. De hecho, la derrota de Calfucurá en 1872, en la batalla de San Carlos (una dura derrota), es una victoria de Catriel y Coliqueo, quienes aportaron la mayoría de los hombres. Durante la época de Rosas, la seguridad de la “frontera” económica, descansaba en los “indios amigos”, cuyas lanzas superaban en número a los milicianos y al ejército en muchos puntos. Calfucurá mismo era parte de ese esquema de seguridad en toda la región

Considerar genocidio a la ocupación por el Estado de las tierras del sur es un error, ya que lleva a la idea de “desaparición” y, por lo tanto, se asocia a la idea de reemplazo de población. Eso no fue así: la gran mayoría de los indígenas sobrevivieron, de diversas formas. Pero lo hicieron a partir de su eliminación como sujetos políticos, no físicos, y de su separación de las tierras que habitaban.

Es de destacar que, aun en la concepción de la época, se les podría haber entregado tierras en alguna forma de propiedad. Esa era una línea de trabajo de una parte sustancial de la elite, poblar con los indígenas, establecer colonias mixtas de indios e inmigrantes, etc. Los aborígenes representaban una cantidad de personas que rondarían las diez mil familias, exagerando el cálculo. Podían llegar a ocupar una porción menor del conjunto de tierras a distribuir. La decisión de separarlos de la tierra y entregarles tierras marginales, o distribuirlos entre la elite, la iglesia o el ejercito, o volverlos trabajadores anónimos, fue una decisión política asociada a una forma de producción agraria que no contemplaba la distribución de la propiedad. Tuvo que ver con la decisión de la clase dominante de establecer una única forma de desarrollo del capitalismo agrario a través de la inversión extranjera y de grandes extensiones de tierra para la producción hacia el mercado externo: a partir de ahí “todos los indios son malos”.

INFORME: Revista Zoom.-

Sobre el Autor

Carlos Suarez
Periodista egresado del ISET N° 18 "20 de Junio" de Rosario, S.F. en 1990. Participó del Primer Congreso Internacional de la Comunicación y el Periodismo en 1998. Colaboró con el programa LA OREJA de Radio Rivadavia conducido por Quique Pesoa en 1992. A partir del 1 de octubre de 2018 condujo VIVA LA MAÑANA por Radio Viva 104.9 de Federación, E.R. En este 2019/2020 administra y redacta en esta página Federación al Día. A partir del 29 de junio de 2020 volvió a FM Stereo 99.3 con el clásico "Demasiado temprano para mentiras", desde las 7 de la mañana. En marzo de 2021 comenzó el nuevo ciclo "La Mañana de Uno" por la 106.1, de lunes a viernes y de 9 a 12 de la mañana.

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