LA SAGA DEL PERITO MORENO.

Mediante sueños, el longko Sayhueque supo que pronto llegaría un hombre blanco a su toldería. Un wingka en el cual no debía confiar. Eso fue en 1875, cuando Francisco Pascasio Moreno realizó la primera expedición al sur, financiada por la Sociedad Científica Argentina y el Gobierno de Buenos Aires. El objetivo era establecer el control sobre la Patagonia, plantar la bandera donde las Primeras Naciones eran libres de andar sin que nadie los llamara extranjeros.

Desde Buenos Aires viajó en tren hasta Flores, de allí en diligencia hasta el Fortín Nueva Roma. en cercanías a Bahía Blanca. Su objetivo era cruzar a Chile, pero no estaba seguro de cómo lo recibirían las tribus. Desde el fuerte, continuó a caballo con un baqueano, un asistente y tres hombres para los arreos de animales. Un mes después llegó al río Collón Curá, los toldos de Sayhueque.

El longko era uno de los más grandes líderes de la región. Bajo sus órdenes había ochenta y cuatro caciques mapuche, pewenche, gunún akúna, pikunche, williche, entre otros. Moreno armó campamento a una distancia prudente de los toldos y envió un chasqui para que le comunicara su llegada al longko, al que le tenía más temor que respeto. A la madrugada se presentó Cachul, hijo de Sayhueque, avisando que lo estaban esperando. Enseguida se pusieron en marcha y a las nueve de la mañana llegaron a los toldos, donde los estaba esperando Sayhueque, vistiendo sus mejores prendas y montado, igual que el resto de sus hombres. Luego de las presentaciones, Moreno y Sayhueque desmontaron para dirigirse al toldo y conversar largamente. Parte del recibimiento fue el canto de mujeres y niños, una especie de lamento con sonidos naturales en voces a capela y monótona.

El longko no le dio vueltas al asunto y fue derechito al grano. Lo primero que quiso saber fue a qué iba Moreno exactamente a sus tierras. El naturalista le dijo que deseaba conocerlo porque había oído hablar maravillas sobre su valentía y su poder sobre todas las demás tribus. También, que estaba al tanto de las rispideces entre el longko y su par Reukekura; adulón, le dijo que en su opinión Sayhueque era mucho mejor. Además, le informó que venía juntando algunos especímenes naturales para sus investigaciones científicas y que pensaba cruzar a Chile para regresar por mar a Buenos Aires.

Sayhueque hizo lo propio, le dijo que lo veía mejor persona que los habitantes de Patagones, con quienes se hallaba disgustado, y lo que sí le podía asegurar a Moreno era la integridad física: nadie atentaría contra él mientras permaneciera en su lof. Lo del permiso para cruzar la Cordillera pasaba por otro lado. Sus antepasados no consentían el pedido, por no saber las intenciones del explorador. Sayhueque estaba enterado de que los gobiernos argentino y chileno se habían unido para combatirlos, eliminarlos. Además, el gobierno no cumplía con los tratados de paz y no entregaba las raciones prometidas.

En confianza, le contó sobre las tierras perdidas a manos de los blancos. Chubut y Patagones se estaban poblando sin el consentimiento de las Primeras Naciones, ante lo que Moreno se mostró consternado. Culminada la conversa, el visitante le hizo varios regalos entre los que habían una carabina Spenser con 42 cartuchos, una carpa, su saco, un par de polainas de goma, algunos ponchos y chiripás de paño, sombreros, algunas chafalonías de la ciudad y hasta una guitarra. Sayhueque quedó encantado con el instrumento y el asistente de Moreno, que era guitarrero, tuvo que animar la velada cantando al ritmo del Triunfo. Cinco soles más tarde habría un gran trabúm, un parlamento, para presentarlo en sociedad.

El día asignado, asistieron 453 hombres de lanza. Eran las cinco de la mañana cuando comenzó el parlamento sobre el wingka que acababa de llegar. Se comunicó su insistencia de avanzar hasta Chile y después de diez horas, el consejo de ancianos concluyó que Moreno no tenía buenas intenciones y por lo tanto no le otorgaron el permiso. Primero querían que el wingka les probase que era amigo e hiciera algo por ellos en Buenos Aires, donde se resolvía todo. Moreno trató de persuadirlos con que “somos todos hijos del sol. Los argentinos somos tan indios como ustedes, aunque de distinto color y costumbres”. Nadie le creyó.

Para disuadirlo de seguir a la Cordillera, Sayhueque le contó historias como la de anchimallen, el ser en forma de luz que a veces se transformaba en un niño con una sola pierna. También le habló de los seres pequeños que viven en las cuevas del Nahuel Huapi, lo mucho que se podía enojar el pillan mawiza, la fuerza espiritual del volcán, y del Cerro Tronador, que podría ocasionar tormentas de granizos tan grandes que podrían matarlo. Todo esto para Moreno eran supersticiones, fantasías del mundo indígena. Pero le contestó con las palabras que el longko quería oír, diciendo “que si llevaba otra cosa en el corazón que lo que había dicho y si tenía más de uno de estos dos órganos, como muchos cristianos, el volcán enviaría lluvias y rayos para herirme”.

Sayhueque le ofreció un lugar en su toldería, si Moreno quería podía quedarse para siempre con ellos, como uno más, y hasta le dijo que tenía una sobrina que era soltera y bonita para que tomara como esposa. El naturalista tenía unos días para pensar sobre el ofrecimiento. Cuando se corrió la voz, las mujeres lloraban. No querían saber nada con que ese hombre estuviera entre ellas. La tristeza de la muchacha era notable. Moreno usaba anteojos y, si tenía cuatro ojos, bien podía tener cuatro corazones y ser un hombre muy malo.

El Perito lo que menos quería era formar una familia y menos con una esposa india. Un día pidió hablar con el longko y la reunión se llevó a cabo en el toldo de Sayhueque, en presencia de la sobrina, que no dijo una sola palabra y miraba al suelo. Moreno logró encontrar las palabras para no concretar absolutamente nada -no quería ofender a Sayhueque- diciendo que no podía quedarse y tampoco aceptaba a la muchacha porque “todavía no me considero amigo de los indios”. El jefe aprobó su palabra y luego de unos días lo dejó seguir su viaje de exploración hasta el lago Nahuel Huapi.

En camino al lago, conoció al longko Ñancucheo, quien lo invitó a hospedarse en sus toldos. Moreno se mostró amigo, pero cuando pasaban viajeros mantenía el oído pelado para escuchar las conversaciones. Así se enteró de que Namuncurá y Catriel preparaban una embestida sobre las fronteras bonaerenses en las Salinas Grandes, ayudados por Reuquecura. Moreno adelantó su vuelta y desde Flores avisó de la invasión inminente. La incursión se hizo, pero los soldados estaban avisados. Por ese acto heroico fue recibido triunfalmente en Buenos Aires. Había logrado la confianza ciega de algunos longko y tenía suficiente información como para que tres años después el Ministro de Guerra y Marina, Julio Argentino Roca, concretara la invasión y exterminio a las tolderías.

De lo que no estaban enteradas las familias del sur que lo recibieron y hospedaron, era sobre la historia de Moreno, a qué se dedicaba realmente. Desde 1871 andaba juntando restos óseos de mamíferos, cerámicas y puntas de flecha en Gándara, cerca de Chascomús y al año siguiente se había obsesionado con los restos humanos indígenas, y sus favoritos eran los cráneos. Había concretado un negocio con un comerciante español que vivía en Viedma, Manuel Cruzado, que empezó a enviarle cráneos y utensilios tallados procedentes de los cementerios.

Nada sabían Sayhueque, Ñancucheo, Molfinqueu, de que su nuevo amigo antes de ir a conocerlos había estado excavando los enterratorios de Tandil y Azul, utilizando la estancia de la familia de Federico Pinedo como depósito de huesos y lugar de estadía. Nadie se imaginaba al hombre gentil, de lentes, revisando obsesivo decenas de cráneos para remitirlos a Buenos Aires, soñando con tenerlos a todos en un museo propio.

Los escritos de Moreno dicen “estoy seguro que no podré completar el número de cráneos que yo deseaba, mañana tendré setenta”. Otro estanciero que acompañó la obsesión del naturalista fue su amigo Agustín Llambí, de una familia dedicada a los saladeros, quien le prestó similares servicios para depositar y despachar colecciones, permitiéndole excavar su propiedad. En una carta a su hermano Josué, después de la invasión de Roca, le cuenta que “ya sabrás que tengo una buena cantidad de cráneos y que el Tigre Catriel está en mi poder, más seguro que en la caja grande del escritorio. Pasado mañana saldrán 15 o 20”.

Por esos años, Moreno hacía lobby para la creación de su Museo de Ciencias Naturales en La Plata buscando ayuda de diputados amigos, como Rufino Varela, quien argumentó que Moreno era un joven que con recursos propios que contribuía a la ciencia y había resistido a la tentación de enviar sus cráneos al extranjero. No era justo, primero tenían que meter mano los científicos argentinos. Un patriota.

La historia del Perito Moreno es como una vaina de arvejas que hay que desgranar de a poco. Su historia merece ser contada con paciencia para que se entienda y salga del bronce, el mármol y el nombre de autopistas. El coleccionaba huesos, ya cuando Sayhueque le dijo “pero ya es tiempo que cesen de burlarse de nosotros, todas sus promesas son mentiras. Los huesos de nuestros amigos, de nuestros caciques asesinados por los wingka, blanquean el camino de Choele Choel y piden venganza”. 

POR: Carina Carriqueo.-

Sobre el Autor

Carlos Suarez
Periodista egresado del ISET N° 18 "20 de Junio" de Rosario, S.F. en 1990. Participó del Primer Congreso Internacional de la Comunicación y el Periodismo en 1998. Colaboró con el programa LA OREJA de Radio Rivadavia conducido por Quique Pesoa en 1992. A partir del 1 de octubre de 2018 condujo VIVA LA MAÑANA por Radio Viva 104.9 de Federación, E.R. En este 2019/2020 administra y redacta en esta página Federación al Día. A partir del 29 de junio de 2020 volvió a FM Stereo 99.3 con el clásico "Demasiado temprano para mentiras", desde las 7 de la mañana. En marzo de 2021 comenzó el nuevo ciclo "La Mañana de Uno" por la 106.1, de lunes a viernes y de 9 a 12 de la mañana.