«En mi familia han durado muy poco los hombres, siempre terminamos siendo nosotras», afirma Cazzu ante el silencio prolongado de las conductoras del podcast mexicano Se regalan dudas, donde fue invitada para hablar de su libro, Perreo. El intercambio es interesante, pero como las redes sociales ya sólo parecen ser censoras de una narrativa amputada en pos del click, el recorte que traspasó YouTube nada tiene que ver con lo que la artista escribió. La frase puede interpretarse a partir del uso escenográfico que le fue dando a los varones en su carrera. Que en su saga de shows en el Movistar Arena se hizo más concreto aún.
El de este sábado 13 fue el primero de cuatro estadios: repitió anoche, vuelve hoy y el último, por ahora, será el 1° de noviembre. Si bien había formado parte del Bs. As. Trap en diciembre, Cazzu volvió a sus shows propios luego de haber sido madre, en el mismo lugar donde en 2023 había exhibido su panza, toda de blanco y con flequillo recto, rodeada de un squad de guerrilleras listas para disparar. Pero no es sólo el regreso a tocar en vivo, es además la vuelta a la gira como música, que la solapa a la ahora escritora publicada, que la entroniza por encima de sus litigios con su ex pareja y que la prueba con un álbum con multiplicidad de estilos, dando lugar a una performance con varios fusibles.
En Death Proof (2007), a Kurt Russell le bastaban un trago, un apodo y recitar un poema para recibir un lapdance a cargo de Vanessa Ferlito, una de las escenas más eróticas de la década del 2000 en el cine. Que a Cazzu le da más el fisic du rol para protagonizar un slasher que una de Joe Wright cae de maduro. Pero tampoco hace falta demasiado para el paralelismo: toma alcohol –real o de utilería, es anecdótico– durante toda la noche en el Movistar Arena, baila encima de una silla, combina curvas de pelo y cuerpo como Catherine Zeta Jones en La Emboscada. Se queda con poca ropa, pero esta vez en su piel delata a una mujer que vino a pasarla bien sin desesperarse por el volumen, rediseñando su espacio expresivo con una viveza más que armónica.
Cazzu evita teloneros, números previos; va de frente, con la prisa de quien vuelve a ver a su amor a distancia. Se ubica tras un decorado que hace las veces de ventana y, pese a que a gatas se adivina su sombra, alguien grita para señalar su aspecto. Las penumbras duran más de lo esperado cuando a oscuras avanza sobre «Ódiame» –acaso el tema que más la requiere vocalmente–, arrojada sobre una mesa. Un hombre prueba hacerla su pareja de tango pero enseguida la jujeña lo aparta y el tema acaba. Lo mismo sucederá en la chacarera «Me tocó perder», con un rechazo deliberado que se siente más ofensivo por el desajuste de luces. Ya para «Mala suerte», cambiará el ladrillo noventoso por un teléfono de cable atendido por el actor Nico Goldschmidt (quien ya encarnaba su interés romántico en el videoclip) para volver a ser Cazzu en estado original: sola, rebosante de una individualidad exquisita.
La apertura de estos shows parece preguntarse por la disposición del deseo y responder al instante: es el deseo el que está a disposición de Cazzu. Los varones serán el jaque en su juego por turnos, un truco que ella gana sin señas. Y eso disuelve las críticas recibidas más de una vez por sus formaciones de baile de mujeres: cualquier pretexto se desintegra si ahora es la propia Julieta quien se sube entre los brazos de un rubio, mientras en su varieté se detectan resabios de risa pudorosa. Durante estas noches, la presencia masculina es total: los miembros de la banda, los actores y la boy band –colectiva en términos estéticos– que se adosa a sus encantos, siguiéndola enmudecidos. Cazzu los descarta coreográficamente, se les acerca para alejarlos de vuelta o porque le sirven para resaltar las proporciones de su atractivo. El cuarteto de modelos la eleva y sitúa por encima de la barra, donde llegará el turno de «Toda (Remix)», con ella acostada y exudando más sensualidad que en la versión de estudio.
No hay visuales, el escenario es un bar. El vestuario pasa del negro al rojo, un vestido con transparencias que en algún momento se acortará y dejara sus piernas en otro foco de atención: es la única parte de su cuerpo sin tatuajes, lo que las hace ver más desnudas. Y para el último tramo del show elegirá una prenda que terminará abriéndole paso como gitana del norte, con una comodidad que Cazzu extrañaba. En su propia arenga, en un «Te amo» a su amiga Elena Rose (única invitada) e incluso en el acting del cigarrillo, Julieta proyecta la demanda del goce mucho más cercana a la tradición independentista del «Cuidame el nene» de Jackita, que del «DESPECHÁ» de Rosalía.
Con 31 años y casi 20 de carrera, volver a cantar en vivo la reviste de una abstinencia obligada: la falta de hábito no es sólo lírica, también querrá hablar y luchará contra la pista, que todo el tiempo amenaza pisar sus palabras. «Parece que sólo quieren que cante», dirá, y en todo momento sus ideas harán referencia al paso del tiempo y a lo que se supone que esta etapa vital debe imponerle. Pero si algo ha remarcado Cazzu es que no se deja domar.
El setlist de estos shows se inclina lógicamente por los temas del nuevo disco, Latinaje, pero tiene celebrados (aunque insuficientes) intervalos. Hay dos canciones muy poderosas que ganan carácter por renovación. Primero «Mucha data», originalmente enmarcada en el universo cyber kawaii que rodeaba el disco Error 93. En esta versión lowkey, Cazzu ofrece un comportamiento que será su nueva marca de estilo: ahora frontea con los movimientos de su cuerpo, ha llegado a una instancia de seguridad fáctica donde siente innecesaria la soberbia de palabra. En el gesto donde se concentra el poder, la convicción de lo obtenido la aleja del centro de comandos del video y la pone a operar en vivo. Mientras el cuarteto de muñecos proteicos rinde culto a su diva, ella despeja con filo de catana.
Y luego, entrando a la segunda mitad del show, volverá a sonar, después de muchísimo tiempo, el pasaporte internacional del trap argentino en Latinoamérica. Sí, Cazzu interpreta «Loca» en un modo tan alejado del original que hay que esperar para identificarlo. Esta nueva duplicidad es una revisión justa. Porque mientras exige que la pongan toda por el valor que merece su culo, también reemplaza a la modelo que el filmmaker le había puesto al video de 2017 para sumar un componente sexual (con tomas notablemente fuera de contexto en una canción que no necesitaba más que a ellos tres, Cazzu, Duki y Khea, de por sí icónicos). Ahora Cazzu sabe que ni hace falta dejarse crecer las uñas (o ponerse postizas) para demostrar letalidad, porque también es importante ser leales a lo que podemos hacer sentir.
«Inti» y su versión de «Pobrecito mi patrón» (de Facundo Cabral) darán pie a la emoción medida, atajada con una mueca y el siempre bienvenido aplauso. A medida que el setlist avance, Cazzu recurrirá a su línea cronológica para invocar nostalgia moderna: «¿Se acuerdan que antes era una trapstar y ahora soy una señora bien?», pregunta con una ironía que no alcanza a conciliar la pena por el hecho de que omita toda canción de su debut, Maldade$, un disco que justamente fascina por ser carnalmente abrupto. Promediando la noche, prenderá los reflectores tropicales apoyada en «Con otra», la canción argentina del año.
Cazzu es de las únicas en su esfera artística que aún no ha hecho un estadio abierto, pero también es de las pocas que sigue sin resignar todas sus armaduras identitarias. Ni en su más ocurrente verso Cabral hubiese imaginado que una chica de Fraile Pintado, fanática de De La Ghetto y con una Air Force tatuada en el brazo, iba a reinterpretar un tema suyo. La frecuencia de esta Cazzu es para llevarse el banquito. Esta ya no es la jefa del trap, esta Cazzu ejecuta desde una plataforma multisentidos y ese género musical tan solo una de sus miras intercambiables.