HE VISTO JUZGAR.

El lunes 6 de febrero los jueces del Tribunal de Dolores leyeron el veredicto del juicio a los ocho jóvenes imputados por el asesinato de Fernando Báez Sosa, sucedido el 18 de enero de 2020 en Villa Gesell. La escena de la lectura de las sentencias, que había generado una enorme expectativa, fue televisada, como buena parte del juicio, por los grandes medios nacionales. En efecto, el inusual seguimiento televisivo, radial, gráfico y su prolongación en las redes sociales, la infernal maraña de opiniones, interpretaciones y argumentaciones, había, no solo logrado capturar y concentrar la atención de todo el país, sino también, la apasionada toma de partido de buena parte de la sociedad, sobre los hechos que se juzgaban y sobre todo del destino que debían tener los acusados. Días atrás yo había visitado el santuario levantado en memoria de Fernando, justo enfrente del boliche “Le Brique”, donde tuvo lugar el encuentro malogrado y el conflicto fatal entre los jóvenes. Recorrer el lugar, invadido por una atmósfera sobrecogedora, contemplar las inscripciones, las velas, las fotos, las flores, percibir la inconmensurable pesadumbre y desconsuelo que de allí emana, que se siente, se respira, se huele, me hizo experimentar un extraño desgarro, desacostumbrado, singular y por eso mismo, difícil de transmitir. Esa angustia, vasta e inusitada, fue potenciada por el siniestro contraste del banal funcionamiento de lo cotidiano. Por la circulación ordinaria, habitual de las personas en ese lugar funesto, por el ruido consuetudinario, conocido, familiar, de las copas en el bar y de los mozos que miraron de reojo los consternados visitantes, por el movimiento normal de entrada y salida de los comercios, los diálogos comunes de la compra y la venta, su involuntaria vecindad con un espacio trágico, que contribuía a desacralizar, gravemente. Esa pesada conmoción no me abandonó hasta ese lunes en que me dispuse a mirar y escuchar, como todo el mundo, ese amargo momento en el que el tribunal, a los ojos de los acusados, de las víctimas y de todo el país, iba a leer el veredicto. Recordé en ese momento una inscripción repetida “Justicia es perpetua”. Sentí que tal vez esa condena podría aliviar, apenas, el dolor inconcebible de sus padres. Pensé enseguida, contradictoriamente, como muchos, y de acuerdo con mis convicciones, que las penas deben esencialmente reparar, dar un sentido de justicia, no de venganza. Experimenté una inmensa tristeza por el daño general, irreparable que el crimen había suscitado. En ese momento las imágenes tomaron la escena de la lectura, de los rostros contraídos por la zozobra, el desmayo. Y en ese instante en que las pasiones más graves se desataron, el dolor fue convertido, precipitadamente, inesperadamente, en un impiadoso y obsceno espectáculo.

“ESTÁ PROHIBIDO REÍRSE”

La escena desatada, las manifestaciones de los periodistas y opinólogos, algunas reacciones en las redes sociales, ciertas declaraciones de los protagonistas, me recordaron un hecho histórico que tiene, indudablemente, un solo punto en común en la puesta en escena , anodina, trivial, insustancial, del dolor como espectáculo. El acontecimiento me remitió, por algún sentimiento familiar, por alguna emoción similar, al fusilamiento de Severino Di Giovani, en el año 1931. Ese dramático acto, realizado en la cárcel de Buenos Aires, también fue público, abierto a la concurrencia. Los sucesos tuvieron, a diferencia de la mediocridad actual, la cobertura de la excepcional pluma de Roberto Arlt, quien escribió la crónica para el diario “El mundo”. La tituló “He visto morir” y capta profundamente, en esa escalofriante narración, ese rasgo pavoroso de su época que se prolonga a la nuestra, el de la contemplación fútil y superficial de una tragedia, de la terrible trivialización del desgarro humano, del nauseabundo espectáculo de la crueldad. No solo describe el drama de un hombre que va a enfrentarse con su muerte, sino que se detiene, sobre todo, en el público, aquel que va, ávido pero distendido, a mirarla, a presenciar la muerte. Y en el horroroso cuadro general, el genial escritor denuncia, repudia, con repulsión y antipatía, su insensible liviandad. Dice: “las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo…un señor, que ha venido de frac y con zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra…yo estoy como borracho, pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara:”- Está prohibido reírse. “Está prohibido concurrir con zapatos de baile”. (Roberto Arlt. Obras completas Ed. Carlos Lohlé).

Así también, en este caso, en las redes sociales se reprodujeron burlas, se expresaron deseos vengativos, los grandes medios excitaron esas pasiones, el diario Perfil, por caso, dio lugar a un preso de la cárcel de Sierra Chica, ex integrante de una banda que encabezó un sangriento motín en 1996, quien advirtió amenazante que “los rugbiers van a conocer el rigor en la cárcel” (Diario Perfil 9 de febrero de 2023), el defensor de la familia de Fernando incluso, exultante ha adoptado una postura más cercana a la euforia que al alivio, a la venganza más que a la justicia, a la retaliación más que a la piedad. Ha aprovechado incluso, en un acto de oportunismo inmoral, este momento de fama y popularidad para lanzarse como candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires. Seguramente acentuará en su “campaña” la demagogia punitiva de la mano dura, del endurecimiento de las penas, de más castigo, de más cárceles y patrulleros y policías, y encierro y de bajar la edad de imputabilidad, de encarcelar niños si es necesario, excitando cada vez más, con su incontinente y voluptuosa impudicia, la crueldad y la insensibilidad de aquellos que no se interrogan, que no quieren saber ni comprender, de quienes solo quieren muertes y linchamientos, dolor y sufrimiento, hacer desaparecer, violentamente, cualquier obstáculo que les moleste.

SE TRATA DE LA TERNURA

“Hablar de ternura en estos tiempos de ferocidades no es ninguna ingenuidad. Es un concepto profundamente político. Es poner el acento en la necesidad de resistir la barbarización de los lazos sociales que atraviesan nuestros mundos (Fernando Ulloa)

Que a una parte de la sociedad no le alcance, incluso, con la condena y se complazca con las aberraciones que podrían sufrir los culpables en prisión, que sean alcanzados con el oscuro goce de las torturas, humillaciones y violaciones, representa un descenso ya, de orden civilizatorio y que, precisamente forma parte del deterioro cultural, texto y contexto del asesinato de Fernando. Justamente de una cultura que alienta “patear al caído”, el linchamiento y el goce sádico de la tortura, se configura el delicado suelo común del que emerge el odio y la violencia. En el siglo XVIII Cesare Di Beccaria (“De los delitos y las penas”) cuestionó y desnaturalizó el oscuro disfrute público de la tortura que formaba parte del sentimiento medieval, como una práctica que debía superarse en el nuevo orden de la razón. Sin embargo, es el odio, la discriminación, el racismo, el clasismo, la xenofobia, promovidos por los discursos públicos y los dispositivos socio-culturales de la crueldad, los que constituyen aquellos componentes esenciales en la configuración del crimen de Fernando y otros similares. Es decir no se trata de reprimir, ni de castigar, ni de torturar, sino, precisamente de todo lo contrario, se trata de instalar una cultura de la ternura y del amor que resista y transforme la barbarización de los lazos sociales. Porque si se vulgariza el dolor del otro, si se legitima la crueldad como una forma del castigo, se naturalizará aquello que Hannah Arendt denominó la” banalidad del mal”, cuando analizó que el criminal de guerra nazi, Adolf Eichmann no era un enfermo mental ni un psicópata, sino un ciudadano convencido de la legitimidad del exterminio de aquellos que, un discurso racialista, consideraba inferiores y contaminantes de la raza aria. Es decir de educar a nuestros niños, a nuestros jóvenes en el repudio absoluto de cualquier forma de crueldad a cualquier semejante, de enseñar como valor esencial, el imperativo ético kantiano que obliga a tratar al otro del mismo modo que quieras que te traten, o el cristiano de amar a tu prójimo como a ti mismo.

Se trata de comprender que estos jóvenes que recibieron perpetua no surgen de otro planeta, son un síntoma de la cara más oscura de nosotros mismos, aquella que como la discriminación y la violencia hacia “el diferente” (tenemos que entender que todos lo somos), negamos y naturalizamos. Debemos darnos cuenta que si depositamos nuestra violencia, nuestra frustración y nuestra sed de venganza en estos chivos expiatorios, perdemos la posibilidad de mirar tristemente aquello que como espejo nos refleja. Porque solo si comprendemos que somos nosotros quienes tenemos que cambiar el modo en que construimos este mundo, en que nos vinculamos con los otros, en que propiciamos lazos amorosos, tiernos, empáticos, podremos impedir la violencia y la barbarie social, únicamente así. Las crueldades, mil perpetuas y castigos no reparan en nada el dolor humano, solo lo alimenta.

AUTOR: Sergio Brodsky. Psicólogo.-

Sobre el Autor

Carlos Suarez
Periodista egresado del ISET N° 18 "20 de Junio" de Rosario, S.F. en 1990. Participó del Primer Congreso Internacional de la Comunicación y el Periodismo en 1998. Colaboró con el programa LA OREJA de Radio Rivadavia conducido por Quique Pesoa en 1992. A partir del 1 de octubre de 2018 condujo VIVA LA MAÑANA por Radio Viva 104.9 de Federación, E.R. En este 2019/2020 administra y redacta en esta página Federación al Día. A partir del 29 de junio de 2020 volvió a FM Stereo 99.3 con el clásico "Demasiado temprano para mentiras", desde las 7 de la mañana. En marzo de 2021 comenzó el nuevo ciclo "La Mañana de Uno" por la 106.1, de lunes a viernes y de 9 a 12 de la mañana.