Cabellos azules, sonrisas blancas. Como la bandera, como la camiseta de la Selección Argentina de Fútbol, esta selección que consiguió nombre propio: la Scaloneta. Por Lionel Scaloni, aquel jugador de Ñuls, aquel rosarino, este rosarino de 44 años que desborda capacidad y humildad. Pero ni Scaloni ni Lionel Messi ni ninguno de los 25 gladiadores que consiguieron la tercera copa mundial, obviamente, estuvieron presentes en la plaza Libertad de Federación pero…Pero sí, la presencia de un equipo como la Scaloneta estuvo sin estar en Federación. En cada gurisa y gurí que fue a pie, en bicicleta, en moto, camioneta o auto hasta la plaza. En cada uno de los gordos, flacos, gringos, negros, trans, mujer, varón, pobre, clase media, rico que se embanderaron, se pintaron, se pusieron el gorrito, la camiseta y bajo el sol de la siesta dominguera cantaron el himno que dice «Soy nacido en Argentina, tierra de Diego y Leonel y los pibes de Malvinas, que jamás olvidaré…» La alegría de un pueblo, un poquito de alegría entre tanta inflación, pobreza, grieta y demás, no es poca cosa. En la principal ciudad termal de la Mesopotamia argentina se congregaron a festejar desde el cura hasta el Colorado Cachola, desde el que seguramente faltará este lunes a trabajar al aserradero hasta la embarazada de top y shorcito. No faltó, claro, el loco de la motosierra, que hace ruido pero no lastima porque no es esa la intención. Sencillamente, es un clásico desde que la Selección comenzó a sufrir y a ganar los partidos en busca de la gloria. Un clásico como aquella abuela, la, la. Hubo lugar para impedidos físicamente y para viejos y jóvenes.
El clima le aportó cielo espléndido, pocas nubes y calor. El fútbol aportó la excusa perfecta para festejar. Todo estuvo regado con champán, vino, cerveza, vodka y baggio y gaseosas. Eso, por adentro, porque por afuera el agua aportada por el cuerpo de Bomberos Voluntarios refrescó e hidrató a la multitud. Multitud que cantó varias veces, «El que no salta es un inglés». La intersección de avenidas 25 de Marzo (nombre dado por la dictadura de Jorge Videla a la avenida, sí, el mismo del Mundial 78) y Entre Ríos (que se transforma hacia el sur en San Martín) se dividió naturalmente en sectores. Desde el sur llegaban los más tranquilos, de clase media, con sus familias y sin bebidas ni muy pintados. Desde el oeste, desde la avenida 25 de Marzo y sus continuaciones, Eva Perón y Néstor Kirchner, llegaban los proletarios, los lúmpenes, los changarines, con bebidas, ciclomotores, cantando y pintados con los colores albicelestes. Desde el lado de avenida Entre Ríos, desde el norte, llegó el grupo que demoró en hacerlo, los que llegaron hacia las cuatro de la tarde. La comunión de los sectores produjo la fiesta. fiesta variopinta, multicolor, omnímoda y unívoca.
Quedan para los periodistas deportivos y los futboleros de siempre los detalles técnicos, tácticos y estratégicos. Queda para la gente un poquito de alegría con el cual enfrentar una semana donde los problemas que estaban antes del mundial seguirán estando. Aunque no se lo vea ni se lo sienta, cada cordón cuneta, el asfalto de las calles, los semáforos que a veces funcionan bien, el reloj frente a la plaza y los negocios del frente de ella, guardarán un buen tiempo el eco de la multitud fiestera y festiva que agradeció y aplaudió cada vez que apareció en la pantalla gigante colocada en la plaza Libertad cada uno de los jugadores nacionales. Eso no se va a barrer tan fácilmente, junto con la cantidad de basura dejada allí.
AUTOR: Carlos Suárez.-