El genocida Miguel Osvaldo Etchecolatz, ex jefe de la Policía Bonaerense condenado por delitos de lesa humanidad en la última dictadura militar, murió hoy sábado a los 93 años.
La información fue confirmada a Infobae por Guadalupe Godoy, una de las abogadas que lideró la querella contra el genocida en la causa por la desaparición de Jorge Julio López.
“Falleció Etchecolatz. En cárcel común y sin decir adónde están”, publicó Godoy en su cuenta de la red social Twitter minutos antes de las 7 tras recibir la noticia por parte del Tribunal Oral Federal 1 de La Plata.
Pese a que a principios de junio el represor había sido beneficiado con la prisión domiciliaria por diversos problemas de salud, antes tuvo que ser trasladado de urgencia a una clínica de Merlo dónde finalmente falleció.
“Etchecolatz estaba alojado en la Unidad 34 de Campo de Mayo y fue derivado hace un mes y medio a una clínica. No me dijeron nada más pero con eso nos alcanza”, precisó la abogada.
Y agregó: “Tenía cinco prisiones efectivas. La domiciliaria que le había dado Casación era en una sola causa y no se había hecho efectiva”.
Los jueces Carlos Mahiques, Guillermo Yacobucci y Ángela Ledesma habían firmado esa petición para Etchecolatz basándose en los problemas de salud del ex policía, tras un informe del Cuerpo Médico Forense (CMF).
“Tiene antecedentes de HTA, ACV isquémico, Ex TBQ, deterioro cognitivo, insuficiencia cardíaca, insuficiencia venosa, HPB, diverticulosiscolónica”, explicaron en su fallo. Y advirtieron: “Requiere de un cuidador de adultos mayores las 24 horas del día, para poder realizar cualquier actividad de la vida diaria y ello no puede ser garantizado por ninguna unidad dentro del Servicio Penitenciario Federal”.
El fallo se dictó en el marco de la causa por el asesinato de Horacio Alejandro Benavides, un militante de 22 años ejecutado en septiembre de 1976, a manos de un grupo de la Dirección General de Investigaciones. “Chupete” Benavides era compañero de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) de Néstor y Cristina Kirchner.
El 30 de septiembre de 1976, un grupo de represores de la Dirección General de Investigaciones que comandaba Miguel Etchecolatz abrió fuego contra el militante en una plaza. El juez Ernesto Kreplak procesó a Echecolatz por ese homicidio en octubre del 2021.
No conoció el remordimiento, por el contrario hizo del regocijo el emblema de su cruzada asesina. “¿Por haber matado? Fui ejecutor de una ley hecha por los hombres. Fui guardador de preceptos divinos”, decía el excomisario general Miguel Osvaldo Etchecolatz en los tiempos en que gozaba de impunidad. “Por ambos fundamentos, volvería a hacerlo”, prometía el genocida que murió en la madrugada de este sábado a los 93 años mientras cumplía sus condenas en una cárcel común y repudiado incluso por quienes fueron su familia.
El represor –nacido el 1 de mayo de 1929– estaba alojado en la Unidad 34 de Campo de Mayo desde casi el comienzo de la pandemia. En las últimas semanas, había sido trasladado a la clínica Estrada de la localidad de Merlo e internado en terapia intensiva. Había recibido un fallo favorable en la Cámara de Casación para volver a su casa, pero no llegó a materializarse.
En 1979, pidió la baja después de más de tres décadas en la Bonaerense, a la que había ingresado en 1947. Durante unos años le proveyó seguridad a Bunge & Born. En abril de 1986, la justicia tocó a su puerta. Lo detuvieron por orden de la Cámara Federal, que lo terminaría condenando a 23 años de prisión por los crímenes cometidos en la órbita del llamado Circuito Camps en lo que se conoció como la causa 44. Desde la prisión fue uno de los que atizó el alzamiento de Semana Santa. Terminó beneficiado por la propia Corte Suprema y volvió, al tiempo, a la seguridad privada. Así, conoció a su actual esposa, Graciela Carballo.
Durante los años de impunidad, lo persiguieron los escraches que él repelía con amenazas sin ningún miramiento. Cuando unos pibes atinaron a tirarle unos huevos mientras paseaba a su pastor inglés, Etchecolatz no dudó y desenfundó un arma –que después la justicia le creería que era de juguete–. No era sorprendente para quienes lo vieron dando rienda a su violencia en los campos de concentración. Lo escuchó Alfredo Bravo durante la tortura diciéndole “maestro, escupa todo y no trague nada”. En 1997, en un careo entre ambos en el programa Hora clave que conducía Mariano Grondona, el genocida comparó la tortura con un tratamiento para callos plantares.
Volver a la cárcel
Después de ese programa y de la publicación de su libro La otra campana del Nunca Más, Bravo lo demandó. Lo patrocinó Juan Ramos Padilla, el juez que lo había metido preso en los años ‘80 y por quien había desarrollado un particular encono. En la casa de los Ramos Padilla ya le reconocían la voz a Etchecolatz cuando llamaba para amenazar al padre de la familia. Cuando quisieron ejecutar la sentencia, se apersonaron Ramos Padilla padre con sus dos hijos, Alejo y Juan Martín. Etchecolatz decía que nada de lo que había en la casa le pertenecía hasta que la oficial de justicia que los había acompañado agarró una charretera y con fastidio le preguntó: “¿Ésta tampoco es suya?”
–Sí, y ésta también–dijo Etchecolatz asomándose con un arma.
– ¿Funciona?– le preguntó Ramos Padilla padre.
–Por supuesto. Y tengo blanco –le dijo el genocida apuntándole al juez–. ¿Dónde quiere el tiro?
Alejo se abalanzó sobre Etchecolatz ante la posibilidad de que le disparara al padre y logró arrebatarle la pistola.
El episodio quedó en el olvido hasta que arrancó el primer juicio en La Plata después de la caída de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida que lo tuvo como protagonista. Alejo Ramos Padilla, entonces abogado querellante, pidió junto con otros abogados querellantes que le revocaran la prisión domiciliaria porque tenía un arma en su casa. Así lo hizo el tribunal que presidía Carlos Rozanski.
¿Dónde están?
«Ante la muerte, pienso en esa pregunta que en los juicios siempre sobrevuela, aunque no se explicita: ¿Dónde están las y los desaparecidos, dónde está Clara Anahí, dónde está Jorge Julio López?» le dice a Página/12 la abogada Guadalupe Godoy.
A Jorge Julio López lo secuestraron –por primera vez– el 27 de octubre de 1976. Etchecolatz participó en ese operativo en el barrio de Los Hornos. López lo vio también pateando a quienes estaban secuestrados en el campo de Arana y declaró ante la justicia que él mismo comandó la matanza de cuando asesinaron a los militantes de la unidad básica Juan Pablo Maestre. “No tenía compasión”, dijo en el juicio oral. Su testimonio fue fundamental para demostrar que Etchecolatz no solo daba las órdenes, sino que actuaba. Etchecolatz recibió su primera condena a prisión perpetua el 19 de septiembre de 2006. Un día antes, López desapareció.