MILANI, EL OBEDIENTE.

INFORME PUBLICADO POR LA REVISTA «Anfibia».

AUTOR: Luciana Bertoia.

“Correcto, respetuoso y subordinado”. Así evaluaban a César Santos Gerardo del Corazón de Jesús Milani sus superiores en 1984, poco más de un año después de que el militar llegara al Batallón 601, el cuerpo de inteligencia del ejército. “Muy subordinado”, lo elogiaba otro evaluador dentro de la misma especialidad. En el legajo que lleva su nombre completo, escrito a mano, también se puede leer: “entusiasta”.   La estima de sus superiores bajó cuando en diciembre de 1988 se negó a sofocar el levantamiento de Villa Martelli, el bautismo de fuego del que era considerado el líder moral del movimiento carapintada, el coronel Mohamed Alí Seineldín. A César Milani le correspondieron ocho días de arresto. En una calificación del período anterior, sus superiores ya habían advertido en su legajo: “En momentos de crisis debe ser más reflexivo a fin de no dejarse llevar por impulsos sentimentales, más cuando estos atentan contra la disciplina”.   Cuando llegó a capitán, lo destacaron por “sus virtudes morales y profesionales, su gran iniciativa, profunda lealtad, corrección y espíritu de trabajo”. Lo definieron, también, como un “valioso colaborador de su jefe de división y ejemplo de sus subalternos”.   Lo que siguió en los años ’90 fue una carrera meteórica, que combinó puestos políticos con cargos operacionales. En 2001, sorteó su primer ascenso ante la Cámara de Senadores para convertirse en Coronel. En 2007, logró subir a General de Brigada y, al año siguiente, se convirtió en el Director General de Inteligencia del Ejército. La última instancia que pasó sin mayores alborotos fue la de 2010, cuando alcanzó el grado de General de División, aunque sectores de la Unión Cívica Radical (UCR) lo vincularon a los alzamientos contra el expresidente Raúl Alfonsín.   En enero de 2011, se convirtió en el número dos del ejército, conservando el manejo del área de inteligencia. Él, que alguna vez dijo que de joven, cuando cursaba el Colegio Militar, había sufrido rechazos y postergaciones, estaba a un paso de llegar a la cúspide de su carrera. Lo que no sabía era lo que le esperaba después de alcanzar la cúspide.     Su ascenso a la jefatura del ejército terminó corriendo el velo de su pasado durante los años en que acumuló poder dentro de la estructura militar. La justicia se tomó su tiempo: empezó a investigarlo un año y medio después de su pase a retiro (junio de 2015). En cuestión de meses, Milani fue denunciado, procesado y detenido por cinco causas. Fue procesado por la desaparición del conscripto Alberto Agapito Ledo, ocurrida en 1976 en Tucumán. En La Rioja, el juez Daniel Herrera Piedrabuena lo indagó y ordenó su detención por haber participado en los secuestros de Verónica Matta y de Pedro y Alfredo Olivera, que lo había denunciado en 1979, en pleno terrorismo de Estado. En Capital Federal, Daniel Rafecas lo procesó por enriquecimiento ilícito. Su colega Luis Rodríguez lo investiga por haber llevado al ejército a trabajar en la villa de La Carbonilla en La Paternal. Y tras un testimonio del ex espía de los servicios de inteligencia Antonio “Jaime” Stiuso, el juez Claudio Bonadio atiza una causa por espionaje ilegal durante su jefatura al mando del ejército. ..

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Don César fue casi un prócer en Cosquín. Cuando murió, lo velaron en la municipalidad. Bautizaron ese edificio con su nombre. Uno de sus hijos, Rodolfo, estudió derecho y se quedó en Cosquín, donde amasó una reputación de operador político. El otro hijo, el mayor, César, se fue a los trece años del Valle de Punilla. Poco más de 60 kilómetros, separaban la casa familiar del Liceo General Paz de la Ciudad de Córdoba. Cuando terminó, quiso ingresar en la carrera militar. Fracasó. Un año en la carrera de Arquitectura lo rescató del tedio y al año siguiente volvió a la carga. Con 21 años recién cumplidos, egresado como subteniente del Colegio Militar de la Nación en Palomar, lo destinaron a La Rioja. Llegó a la provincia poco más de un mes antes del golpe del 24 de marzo de 1976. Durante ese año, fue y volvió de La Rioja a Tucumán. En marzo de 1977, estaba en su lugar de destino cuando testigos lo vieron dirigir un operativo…

“Me voy a llevar a su padre detenido”, le dijo a Alfredo Olivera el militar jovencito que comandaba el operativo en su casa de la calle Italia en La Rioja capital. Los cinco hermanos estaban parados en el porche de la casa con la poca ropa que usaban para dormir. Nidia, que tenía catorce años, se reía de los nervios. “Mirá la tarada ésa que se ríe”, le comentó el militar jovencito a otro camarada. “Ya va a llorar”…

Cuando su hijo terminó cuarto año en el colegio técnico, Pedro Adán Olivera pidió que lo designaran en la municipalidad de La Rioja. Hacía casi 30 años que trabajaba en el mismo lugar. Era el primero en llegar: abría el edificio y preparaba las fichas para que el resto de los trabajadores marcaran la entrada. “Éramos pobres y necesitábamos la plata”, cuenta por teléfono Alfredo, su hijo, desde su casa de La Rioja más de 40 años después. En la madrugada del 12 de marzo de 1977, una patota al mando de un oficial joven irrumpió en la casa. Todos dormían. “Lo llevamos por averiguación de antecedentes”, le adelantó el militar de pelo rubio. No dijo adónde. Pedro era enfermo cardíaco y necesitaba tomar los remedios. Alfredo se acercó a hablarle al médico militar de apellido Moliné. “Quédese tranquilo. Si hace falta, lo voy a atender”, le dijo. No esperaron. Juntaron los remedios y los llevaron hasta el IRS. Tenía que estar ahí. Pasaban las horas y Pedro no aparecía. Al día siguiente, un primo acompañó a Alfredo hasta la sede del Batallón 141 de Ingenieros. Les contestaron que Pedro estaba bien, pero que no sabían dónde estaba…

 

Cargando incertidumbre, Alfredo fue a trabajar en la mañana del lunes 14 de marzo de 1977, dos días después del secuestro de su padre, cuando dos suboficiales del ejército se presentaron en la Dirección de Obras de Ingeniería de la municipalidad, donde trabajaba como dibujante técnico. Le dijeron que los acompañara y lo subieron a un patrullero de la policía provincial. Lo trasladaron directamente al IRS, donde empezó a recibir palizas que se repitieron a lo largo de los días. “Bajen al otro”, escuchó y pensó que se trataba de su padre.

A Olivera padre lo dejaron tirado ese mismo día en la vereda de su casa, sobre la calle Italia. Tenía una hemiplejía que le impedía mover la parte derecha de su cuerpo. A su esposa le dijeron que ya no podía atenderse con su médico de cabecera, Carlos Santander, y que tenía que jubilarse de la municipalidad. Tenía 32 años de servicio y tuvo que pedir una jubilación por invalidez…

César Milani había nacido el 30 de noviembre de 1954 en Cosquín. Era un muchacho rubio de familia peronista. No le fue sencillo, contó alguna vez, crecer en las fuerzas armadas: le tocaron tiempos en que solo los hijos de militares podían hacer carrera. “Yo también lo sufrí un poco”, le confesó en 2013 a Hebe de Bonafini. Pero siempre supo abrirse paso. Quienes lo conocieron en los últimos años recuerdan su voracidad por acumular espacios y poder, su omnipresencia y su capacidad para mostrarse como un militar capaz de usar el lenguaje de la política.   Milani cruzó las puertas del Colegio Militar de la Nación el 21 de febrero de 1973, semanas antes de que Héctor Cámpora ganara las elecciones que posibilitarían el regreso de Perón al poder. Salió del Palomar el 4 de diciembre de 1975, con Perón ya muerto y con el gobierno de María Estela Martínez de Perón agonizando.   Su primer destino como subteniente fue en La Rioja. El 20 de mayo de 1976 salió en comisión con un grupo de soldados y conscriptos para Tucumán. Tenían una misión clara: cooperar con el Operativo Independencia. Alberto Ledo iba con él.   “Muy subordinado”, lo elogiaban por escrito sus superiores en los comienzos de su carrera militar. *** – See more at: http://www.revistaanfibia.com/cronica/milani-el-obediente/#sthash.FFzNlTwL.Itp0uEt0.dpuf

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Sobre el Autor

Carlos Suarez
Periodista egresado del ISET N° 18 "20 de Junio" de Rosario, S.F. en 1990. Participó del Primer Congreso Internacional de la Comunicación y el Periodismo en 1998. Colaboró con el programa LA OREJA de Radio Rivadavia conducido por Quique Pesoa en 1992. A partir del 1 de octubre de 2018 condujo VIVA LA MAÑANA por Radio Viva 104.9 de Federación, E.R. En este 2019/2020 administra y redacta en esta página Federación al Día. A partir del 29 de junio de 2020 volvió a FM Stereo 99.3 con el clásico "Demasiado temprano para mentiras", desde las 7 de la mañana. En marzo de 2021 comenzó el nuevo ciclo "La Mañana de Uno" por la 106.1, de lunes a viernes y de 9 a 12 de la mañana.

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